Hacia el principio del verano 2020 viajando para visitar en un hospital a un familiar escuché en la radio del coche una muy interesante entrevista con D. Enrique Fernández de Córdoba y Calleja, Ingeniero Industrial de profesión y apasionado, y buen conocedor, de la historia de la América hispana. En el desarrollo de su profesión realizó, según confesión propia, más de 60 viajes en los cuales pudo conocer a historiadores locales, autores de documentadas historias de la época colonial española y su evolución hasta nuestros días.
El Colegio de Ingenieros Industriales de Madrid, entre otras actividades culturales, convoca periódicamente un certamen para premiar libros escritos por sus miembros de distintos temas: avances técnicos en su especialidad, novelas, ensayos y de otros temas. Y el año 2017 se premió y publicó el libro cuyo título encabeza esta entrada del blog.
Lo busqué en las librerías a través de internet sin éxito. Como último recurso entré en la web del CIIM, y agradable sorpresa, allí encontré esta honesta narración de la gran epopeya de integrar a la civilización de la época a todos aquellos pueblos, por proceder de historiadores americanos, que probablemente es la mejor nuestra historia.
Doy a continuación algunos párrafos extraídos de esta joya histórica-literaria, con mi recomendación de que aquellos interesados en un relato desapasionado y objetivo de aquella época de nuestra historia tan atacada por historiadores europeos y norteamericanos y que los protagonistas de la historia consideran modélica para la época: mientras los sajones exterminaban las poblaciones autóctonas en el norte, en el sur se les protegía y dotaba de la cultura y medios para integrarse a las nuevas sociedades emergentes.
Fragmentos extruidos del libro, en su mayor parte citas de autores locales.
“Todo corazón bien puesto de esta América Hispana, indio, mestizo, mulato, negro o criollo, siente las glorias de la España creadora”
De “Breve historia de México”. D. José Vasconcelos.
Relatado por D. Enrique Fernández:
“Sucedido hace muchos años, en el aeropuerto de Bogotá, una de las muchas veces que he estado en querida Colombia.
“El policía al que entregué mi pasaporte tenía rasgos evidentes de sangre india. Miró el pasaporte, me miró con cara inescrutable y me dijo:
-Es usted español- era mas afirmación que pregunta- pero Usted no sabe dónde está España…
Me dejó desconcertado, sin saber que contestar. Se me adelantó.
-España está en el corazón de todo indio bien nacido.
Selló el pasaporte y me lo dio. Textual. No pongo ni quito una coma. Se me quedó grabado”.
Recomiendo muy vivamente la lectura de este libro a todas las personas apasionadas de la historia de nuestra epopeya americana, basada principalmente en los estudios y publicaciones de los historiadores mas prestigiosos de aquellos países que un día fueron parte de nuestra patria.
Se puede conseguir directamente del Colegio de Ingenieros Industriales de Madrid, entrando en su web.
D. FÉLIX DE AZARA: Nació en Barbuñales, pueblo cercano a Barbastro, el día 19 de mayo de 1742. Sus hermanos fueron el diplomático D. José Nicolás de Azara, y D. Eustaquio de Azara, obispo que fue de Ibiza y de Barcelona.
Realizó sus estudios superiores en la Universidad de Huesca, alojándose en casa de su tío D. Mamés, sacerdote de gran cultura, que se dedicó a educar a su sobrino D. Félix, como lo había hecho antes con su hermano D. Nicolás.
Entró al servicio del rey como cadete en el Regimiento de Infantería de Galicia, el 1º de setiembre de 1764. Al año de servicio se trasladó a Barcelona a fin de aprender a fondo matemáticas, materia que llegó a dominar ampliamente. Tras concluir el tercer año, fue ascendido a subteniente de Infantería e Ingeniero de los Ejércitos Nacionales, cuyo nombramiento obtuvo en noviembre de 1767.
En marzo de 1768, se le nombra para dirigir los trabajos de la fortaleza de la ciudad de Figueras. Un año después, interviene en las obras para canalizar y desaguar los ríos Jarama y Henares, así como en la restauración de la fortaleza de Mallorca. Declarada la guerra a Argel en 1775, fue enrolado en esta expedición siendo herido en combate. Tras ello, fue ascendido a teniente de ingenieros en cuyo empleo sólo sirvió dos meses, por ascender a capitán de infantería y con el título de ingeniero militar. En septiembre de 1780, hallándose de guarnición en San Sebastián fue ascendido al grado de teniente coronel de infantería.
En esas fechas, se llegó a un acuerdo entre España y Portugal para establecer los límites en las posesiones de ambas naciones en América meridional, para cuya labor se le nombró Comisario Principal. Partió para Lisboa para llegar a un acuerdo sobre la misión con el gobierno portugués, y proveerse de algunos instrumentos científicos, y embarcó para el Brasil. Desde allí se trasladó con sus subalternos al Paraguay, país en donde debía desempeñar principalmente su comisión. En diciembre de 1781 fue nombrado Capitán de Fragata de la Real Armada. En enero de 1789 fue ascendido a Capitán de Navío por su brillante hoja de servicio.
Aficionado también al estudio de las ciencias naturales, en particular a la ornitología y a la zoología, en los veinte años que dedicó a fijar los límites de las tierras pertenecientes a España y a Portugal para lo que tuvo que cruzar muchas veces el país en todas direcciones, llegó a conocer la la fauna y la flora del Paraguay y del río de la Plata como ningún otro naturalista hasta ese momento. Envió al gabinete de historia natural de España, entre seiscientos o setecientos especímenes de aves y mamíferos.
Al desarrollar Azara las demarcaciones del territorio, trazó un plan exactísimo de él y del río de la Plata marcando el curso y afluencias de los ríos principales: Paraguay, Paraná y otros nueve más.
Por orden del virrey viajó a Buenos Aires, donde puso en orden sus apuntes sobre cuadrúpedos y aves del Paraguay y río de la Plata. La aparición de esta obra en Francia, valió al autor el elogio de todos los naturalistas.
El nombre de D. Félix se reconoció como uno de los sabios que habían engrandecido el conocimiento de las ciencias naturales. Los periódicos más importantes de la época, elogiaron la obra del sabio marino español.
En Buenos Aires adonde fue Azara desde el Paraguay por orden del virrey, fue donde escribió, o por mejor decir puso en orden sus apuntes sobre la fauna y flora estudiada y clasificada por él, del Paraguay y río de la Plata. La aparición de esta obra en Francia, valió al autor el elogio de todos los naturalistas que se apresuraron a estudiarla: el Instituto nacional ocupó en su examen algunas de sus científicas sesiones, y el nombre de D. Félix se preconizó como uno de los sabios que habían engrandecido el conocimiento de las ciencias naturales. Los periódicos de la época elogiaron la obra del marino español. Terminada la demarcación de límites, y demás comisiones que le detenían en América, se embarcó Azara en Montevideo de vuelta para España. Desembarcó en Málaga en 1801, tras veinte años de fecundo trabajo geográfico y de naturalista.
Deseoso D. Félix de que sus estudios y observaciones sobre los objetos naturales de América fuesen de utilidad a los naturalistas y al público, a fin de que se conociesen mejor la fauna y flora americana que enviados por él podían verse en el gabinete de Historia Natural en Madrid, hizo imprimir en 1802 sus dos famosas obras que tituló: “Apuntes para la historia natural de los cuadrúpedos y pájaros del Paraguay y río de la Plata”. Hacia 1806 escribe la “Memoria rural del río de la Plata”, y “Memoria sobre los límites del Paraguay”.
Una vez en España, desempeñó diversos cargos, siempre relacionados con sus conocimientos y larga experiencia en sus trabajos en América, hasta febrero de 1808, en que se retiró para siempre a Barbuñales.
Reseñar como anécdota final, que a pesar de la gran amistad personal que tuvo su hermano con Napoleón, ante la invasión de sus ejércitos, a pesar de su avanzada edad y de estar convaleciente de una grave enfermedad, escribió al jefe local de las tropas españolas, para que le señalase el puesto de combate que fuese más de su agrado. Oferta que al parecer fue amablemente desatendida.
Relación sucinta de sus obras principales publicadas:
Historia Natural de los Cuadrúpedos; tuvo su primera edición en francés, en 1801. Al año siguiente se publicó la edición española y finalmente en inglés.
Geografía Física y Esférica. Terminada de escribir en la Asunción en 1790. Contiene las referencias de los viajes realizados; sus itinerarios y descripción de los pueblos visitados, incluidos noticias históricas, posición astronómica, composición social, referencias etnográficas, y referencias a los aspectos naturales: clima, hidrografía, flora y fauna, etc.
Historia Natural de los Pájaros. El primer tomo fue publicado en Madrid, 1802, y sucesivamente otros tomos
Viajes por la América Meridional, publicada por primera vez en francés; París, 1809; con su mapa. Se hicieron de esta obra, ediciones en alemán, italiano, sueco y varias en español.
Descripción e Historia del Paraguay y el Río de la Plata, publicada en 1847. Tuvo varias ediciones en español, una de ellas la edición paraguaya, en 1896.
Memorias sobre temas Rioplatenses, y otros trabajos, inéditos.
Un autor contemporáneo, J.N. González emite el juicio siguiente:
«Azara, como sociólogo y naturalista raya a gran altura: estudia la fauna y la flora, lo mismo que la sociedad humana, ahondando el análisis con el escalpelo del naturalista. Somete al leopardo a un examen tan riguroso, como lo hizo con el jaguar y con las aves; estudia al animal humano con la misma fría pasión de saber con qué describió a las fieras de la selva. Severo en sus juicios; tenaz y realista en sus investigaciones; va a sus conclusiones como quien desenvuelve un problema de álgebra».
Otro autor nos dice: “En el desempeño de sus trabajos encontró gran oposición de las autoridades españolas, quienes celosas de su prestigio hicieron todo lo posible para impedir el envío de sus materiales y su regreso a Europa”
Un gran hombre español, poco conocido por sus compatriotas. Es el sino de muchos de nuestros grandes hombres a lo largo de la historia…
Tras las ultimas elecciones a la presidencia de Estados Unidos, me dediqué a buscar documentos publicados en diversos medios para tratar de entender y comentar, las peculiaridades del evento que puede considerarse de los mas relevantes a nivel mundial. Por la complejidad del tema, el espacio es muy extenso, por lo que lo publicaré en varias entradas.
Algunas peculiaridades de las elecciones presidenciales USA
***En las elecciones generales usted puede votar por cualquier candidato de cualquier partido político. No importa el partido político que eligió al inscribirse o por quién votó en el pasado. Usted puede votar en las elecciones generales incluso si no votó en las primarias o en las asambleas de partidos (“caucus”) de su estado.
Las leyes de su estado determinan si necesita presentar un documento o tarjeta de identidad para votar y, de ser necesario, qué tipo de documento es aceptable.
***Alrededor de la mitad de los estados que requieren por ley presentar un documento de identidad para votar, solo aceptan tarjetas de identificación con fotografía. Estas incluyen:
Licencias de conducir
Tarjetas de identificación emitidas por el estado
Tarjetas de identificación de las Fuerzas Armadas
Pasaportes
Algunos de esos estados ofrecen una tarjeta de identificación gratuita con foto. Ésta sirve para votar a quienes no tienen otro documento con foto válido.
***Otros estados aceptan algunos documentos de identificación sin foto. Estos pueden incluir:
Certificados de nacimiento
Tarjetas del Seguro Social
Estados de cuenta del banco
Facturas de servicios públicos (agua, luz o gas, entre otros)
Cada estado es muy específico sobre los documentos que acepta como prueba de identidad. Averigüe, antes del día de las elecciones, cuáles son los requisitos de documentos de identidad en su estado (en inglés).
***Aun cuando no tenga un documento de identidad aceptado por su estado, es posible que pueda votar. Algunos estados le pedirán que realice trámites adicionales después de haber votado para asegurar que su voto sea contabilizado. Entre las opciones para votar sin identificación, que varían de estado a estado, están:
Firmar un documento que confirme su identidad.
Votar con una boleta de votación provisional (en inglés). Ésta se utiliza si se duda sobre la elegibilidad para votar de una persona.
Regresar a la oficina electoral días después de haber votado y mostrar un documento de identidad aceptado para votar. Si esto no ocurre, su voto no será contabilizado.
En algunos estados los oficiales electorales se encargan de investigar la elegibilidad de los votantes y deciden si se deben contar sus votos.
Averigüe cómo votar sin un documento de identidad válido en su estado con su oficina electoral local (en inglés).
***Si su nombre o dirección postal son diferentes en su documento de identidad y en su registro electoral, podría recibir una boleta de votación provisional el día de las elecciones. Esto puede suceder, por ejemplo, si:
Cambió su apellido después casarse y actualizó su registro electoral, pero su licencia de conducir (que utiliza como identificación para votar) aún muestra su nombre de soltera.
Se mudó y como prueba de identidad presenta una factura de un servicio público (agua, luz o gas, entre otros) que muestra su dirección actual, pero olvidó actualizar su dirección en su registro electoral.
Algunos estados exigen que notifique a su oficina electoral local sobre cualquier cambio en su nombre.
Evite problemas el día de las elecciones. Mantenga su registro electoral actualizado si se muda o cambia de nombre.
***¿En qué estados y bajo qué circunstancias tienen derecho a solicitar un recuento de votos los candidatos a la presidencia de EE.UU.?
El recuento de los votos es una opción legal en EE.UU., prevista en cada estado, pero sujeta a una legislación específica en cada territorio.
El conteo de los votos de las elecciones en EE.UU. sigue en marcha y de momento varias proyecciones sitúan al candidato demócrata Joe Biden por delante de Donald Trump, lo que ha hecho que el presidente denunciara de forma infundada «fraude» electoral y amenazara con resolver el resultado de las elecciones en la Corte Suprema y solicitar el recuento de votos en varios de los estados clave.
D. Félix Berenguer de Marquina y Fitzgerald, nació el 20 de noviembre de 1733 en una familia de la nobleza alicantina. Su padre, Ignacio Berenguer de Marquina y Pascual de Riquelme, pertenecía, por línea materna, a una de las familias más antiguas de Alicante. Su madre, María Fitzgerald, procedía de una familia noble de Irlanda, los condes de Desmond.
Era una familia con larga y amplia tradición marinera, por lo que formó parte de la marina desde su juventud: el 30 de abril de 1754 aprobó un examen que le permitió enrolarse en barcos de guerra en el entorno de la península. Muy aplicado en los estudios, se convirtió en profesor de matemáticas y astronomía en la Compañía de Guardias Marinas en Cartagena desde el año 1757 al 1769.
Desde Julio de 1788 a septiembre de 1793 fue gobernador de las Filipinas. En agosto de 1789, por decreto real, Manila se convirtió en un puerto abierto a cualquier producto exceptuando los de origen europeo. D Félix Berenguer propuso planes para la reforma del gobierno del archipiélago.
Berenguer regresó a España en 1795 para tomar un cargo en la administración de la Marina. En 1799 fue promovido a teniente general de la misma. Siendo comandante de un escuadrón de la Marina española, en noviembre de 1799, es nombrado por el rey Carlos IV, Virrey y Capitán General de Nueva España y presidente de la Real Audiencia. En su viaje de Cuba a Veracruz para tomar posesión de su nuevo destino, fue hecho prisionero por los ingleses en la península de Yucatán y trasladado a Jamaica. Mas tarde
se puso a su disposición una goleta, la Kingston, para continuar su viaje junto con su secretario. El cargo de Virrey y Capitán General los asumió el 29 de abril de 1800, en la Villa de Guadalupe, haciendo su entrada formal en la Ciudad de México el siguiente día.
Los barcos ingleses que dominaban en aquel tiempo ambas costas de Nueva España desde sus bases en Estados Unidos, capturaron barcos españoles y robaron grandes cantidades de mercancías. Para evitarlo, consiguió más recursos para las tropas navales españolas, que no fueron suficientes para cambiar la situación. Formó el Regimiento de Granaderos, compuesto de doce compañías, y temiendo los ataques de los británicos, reforzó los fuertes de Veracruz y trasladó los bienes de la costa al interior, a Jalapa, que en la actualidad pertenece a Guatemala. Reforzó también los asentamientos (llamados entonces “presidios”) en la frontera norte para impedir las incursiones americanas en aquella zona.
A partir de 1801, se multiplicaron las insurrecciones de los indios nativos en algunos casos, dirigidos por oficiales españoles o por indígenas ya educados en instituciones españolas. Fue el caso del Indio Mariano en Guadalajara, Francisco Antón Vázquez, Pedro Martín, en Veracruz y otros levantamientos en Nayarit, Durango, Guanajuato, Jalisco y Sonora. D. Félix tuvo también que luchar con grupos de bandoleros americanos que, bajo el mando de Philip Nolan, un tejano, hostigaban el norte del país. Mandó D. Félix tropas para arrestarlo y en 1801, murió en combate en el estado de Texas y se apreso a su banda que fue sentenciada a trabajar de por vida en las minas de México.
Berenguer era un militar perseverante, honorable y valiente, pero con poca habilidad para gobernar. Sus trabajos públicos en la Ciudad de México fueron muy limitados. Molesto con la prohibición de algunas de sus medidas, renunció a su cargo. Entregó el gobierno a su sucesor, José de Iturrigaray en enero de 1803, y regresó a España, donde tomó parte en la guerra con Francia.
Falleció en la ciudad de su nacimiento el 30 de octubre de 1826 siendo enterrado en el hoy desaparecido Cementerio de San Blas en el mausoleo familiar. Tras el abandono de ese cementerio en el año 1959, se permitió a las familias la retirada de los restos de sus deudos y los que quisieron trasladaron también sus mausoleos, entre los que se encontraban verdaderas obras de arte, y trasladarlos al cementerio municipal actual.
Algunas familias trasladaron los restos, pero no los mausoleos. La familia Berenguer, opto por esta última opción. El Ayuntamiento, trasladó en fechas bastante recientes, algunos de los más destacados por su valor monumental, entre otros el de D. Félix Berenguer. Está situado en la primera plataforma, la más baja, tras la entrada a la fortaleza del Castillo, junto a otros de personajes ilustres, con unas vistas maravillosas sobre la ciudad, las montañas que circundan el paisaje alicantino, y la costa con el luminoso mar Mediterráneo.
¿Se puede encontrar un mejor lugar para el eterno recuerdo de marino tan brillante? D.E.P.
Francisco Javier de Balmis y Berenguer (Alicante, 2 de diciembre de 1753-Madrid, 12 de febrero de 1819) fue un cirujano y médico militar honorario de la corte del rey Carlos IV. Encabezó la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, también conocida como Expedición Balmis.
Hijo y nieto de cirujanos, siguió desde muy joven la tradición familiar. Balmis terminó sus estudios secundarios a los diecisiete años y comenzó su carrera de medicina en el Hospital Real Militar de Alicante donde fue practicante al lado del cirujano mayor durante cinco años. Años después se trasladó a la Habana y, más tarde, a la ciudad de México, donde sirvió como primer cirujano en el hospital de San Juan de Dios. Estudió remedios para enfermedades venéreas que le serviría para publicar más tarde el tratado de las virtudes del agave y la begonia (Madrid, 1794).
De vuelta en España, llegó a ser el médico personal de Carlos IV. Convenció al rey para enviar una expedición a América a vacunar masivamente a la población con la recién descubierta vacuna de la viruela, enfermedad que diezmaba las poblaciones del mundo. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, que el rey Carlos IV apoyó y sufragó con fondos públicos, pues su propia hija, la infanta María Teresa, había fallecido a causa de la enfermedad. Aceptó por tanto la idea del Dr. Balmis para vacunar al mayor número de niños a lo largo del imperio español ya que la alta letalidad del virus estaba ocasionando la muerte de miles de niños.
Francisco Javier Balmis y José Salvany fueron el alma de la expedición, que partió del puerto de La Coruña el 30 de noviembre de 1803 a bordo de la corbeta María Pita. De allí viajó a San Juan de Puerto Rico, La Guaira, Puerto Cabello, Caracas, La Habana, Mérida, Veracruz y la Ciudad de Nueva Granada[1] en el sur.
Antes de que se descubriera la vacuna propiamente dicha, gracias a la cual se ha conseguido erradicar la viruela, se utilizaba una técnica conocida como variolación. Consistía en extraer, a una persona que estuviera ya en la última fase de la enfermedad, líquido de sus pústulas e inoculárselo a otra persona, mediante una incisión hecha en el brazo. El receptor se infectaba, pero rara vez moría, al recibir una dosis reducida de virus.
Fue un médico rural inglés, Edward Jenner, quien observó que las ordeñadoras de vacas adquirían ocasionalmente una especie de «viruela de vaca» o «viruela vacuna» por el contacto continuado con estos animales, y que era una variante leve de la mortífera viruela «humana», contra la que quedaban así inmunizadas. Adaptó la técnica de la variolación, extrayendo el líquido de las pústulas de la ubre de una vaca enferma para inoculárselo a James Philips, un niño de 8 años. El pequeño mostró síntomas de la infección de viruela vacuna, pero mucho más leve, y no murió. El resto de los niños inoculados respondieron sorprendentemente bien y quedaron inmunizados contra la viruela humana. Tras ello, Jenner hizo otro importante descubrimiento: no era imprescindible la utilización de las vacas puesto que el líquido infectado podía transmitirse de una persona a otra. En el lugar en el cual se había llevado a cabo la punción, el receptor desarrollaba pústulas, el líquido de las cuales podía extraerse y emplearse para administrar nuevas vacunas.
Lo que resultaba difícil en aquella época era mantener en condiciones el suero de vacunación, que solo surte efecto mientras estén activos los virus que contiene. Hoy tenemos medios de conservación a baja temperatura, pero entonces, para lograr que se conservara tan solo unos diez días lo que se hacía era empapar algodón en rama con el fluido y guardarlo entre dos placas de vidrio selladas con cera. El procedimiento era adecuado en Europa, pero cruzar el Atlántico suponía saltarse, con mucho, el periodo de actividad del preciado líquido. Una dificultad añadida era que en América no había vacas con las que se pudiera practicar la variolación. Y era justamente América a donde el rey de España Carlos IV quería llevar la vacuna. Cinco años después de la publicación de este descubrimiento, en 1803, Carlos IV, aconsejado por Balmis, mandó organizar una expedición para extender la vacuna a todos los dominios de Ultramar, América y Filipinas. El principal problema que se le planteaba a Balmis, a quien se le confió esta misión, era cómo conseguir que la vacuna resistiese todo el trayecto en perfecto estado. La solución se le ocurrió al mismo Balmis, y podría denominarse transporte humano en vivo. Iría a bordo un grupo de personas no vacunadas. A dos de estas se les inocularía el virus y se los separaría del resto. Hacia el final del proceso patológico se les extraería líquido de sus pústulas, destinado a las siguientes dos personas, y así sucesivamente hasta llegar a Sudamérica. Balmis decidió llevar consigo 22 niños huérfanos de entre tres y nueve años.
El 30 de noviembre de 1803 zarpó el navío María Pita, con 37 personas desde el puerto de La Coruña. Entre los veintidós niños había seis procedentes de la Casa de Desamparados de Madrid; otros once del Hospital de la Caridad de La Coruña y cinco de Santiago. La vacuna debió ser llevada por niños que no hubieran pasado la viruela, y se transmitió de uno a otro cada nueve o diez días. Entre los niños se encontraba el hijo de Isabel Zendal Gómez, Benito Vélez, de nueve años, hijo de la enfermera y rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña. El resto del personal técnico estaba formado por Balmis, Salvany, dos médicos asistentes, dos practicantes y la citada enfermera.
Las normas de la expedición indicaban claramente el cuidado que los niños debían recibir: […] Serán bien tratados, mantenidos y educados, hasta que tengan ocupación o destino con que vivir, conforme a su clase y devueltos a los pueblos de su naturaleza, los que se hubiesen sacado con esa condición.
Cada niño recibió un hatillo que contenía dos pares de zapatos, seis camisas, un sombrero, tres pantalones con sus respectivas chaquetas de lienzo y otro pantalón más de paño para los días más fríos. Para el aseo personal: tres pañuelos para el cuello, otros tres para la nariz y un peine; y para comer: un vaso, un plato y un juego completo de cubiertos.
La expedición hizo la primera escala en Santa Cruz de Tenerife, donde pasó un mes vacunando, zarpando de nuevo el 6 de enero de 1804, llegando a Puerto Rico el 9 de febrero de 1804. A su llegada conocieron que la vacuna había sido llevada a la isla desde la colonia danesa de Santo Tomás.
Continuaron navegación hacia Venezuela, donde arribaron en marzo de 1804. Allí decidieron dividirse para multiplicar los esfuerzos. Balmis se trasladó a Caracas, donde instaló la Junta Central de la Vacuna con el apoyo de José Domingo Díaz y Vicente Salías, marchando a continuación a Puerto Cabello y La Habana. El 26 de mayo de 1804 llegó al puerto de La Habana. A su arribada conocieron que la vacunación contra la viruela ya había sido llevada a cabo gracias a la actividad de Tomás Romay. Balmis se encaminó hacia México vacunando y formando a nuevos sanitarios, extendiendo su actividad hasta Texas.
Por su parte, el segundo cirujano de Balmis, José Salvany y Lleopart y su equipo, marcharon hacia América del Sur. Se adentró en Nueva Granada y el Virreinato del Perú [2]
]. Tardó siete años en recorrer el territorio, donde le esperaba un periplo lleno de penalidades en una geografía con distancias descomunales y todo tipo de obstáculos. Él mismo relató así, desde Cochabamba, Bolivia, las dificultades que él y sus hombres tuvieron que superar: “No nos han detenido ni un solo momento la falta de caminos, mucho menos las aguas, nieves, hambres y sed que muchas veces hemos sufrido”. Las duras condiciones y los esfuerzos del viaje se llevaron la vida del propio Salvany, que murió en Cochabamba en 1810.
Tras su trabajo en México, Balmis decidió continuar su labor con las poblaciones del Pacifico. Isabel permanecería en la ciudad mexicana de Puebla con su hijo, ya no volverían a España.
Para sustituir a los niños embarcados en España, recogió veintiséis nuevos huérfanos que mantuvieran la vacuna viva durante la larga travesía del océano Pacífico a bordo del navío Magallanes. Partieron el 8 de febrero de 1805 del puerto de Acapulco, llegando a Manila el 15 de abril. En las Filipinas la expedición recibió una importante ayuda de la Iglesia para organizar las vacunaciones. El 14 de agosto de 1809 el grueso de la expedición regresó a Acapulco, mientras Balmis, descartando volver a tierras novohispanas, siguió avanzando hacia la China.
Conociendo que la vacuna no había alcanzado China, Balmis solicitó permiso para marchar hacia Macao, permiso que le fue concedido, partiendo de Manila el 3 de septiembre de 1805. Arribó tras un accidentado viaje a la colonia portuguesa de Macao, y el 5 de octubre de ese mismo año se adentró en territorio chino. Vacunó a la población de varias ciudades hasta llegar a la provincia de Cantón. Tras su concluir su trabajo en China, decidió volver a España.
En su camino de vuelta, Balmis consiguió convencer a las autoridades británicas de la isla Santa Elena (1806) para que accediesen a la vacunación de la población. Tras esa última campaña, se hicieron de nuevo al mar, arribando a Lisboa el 14 de agosto de 1806. Su vuelta a Madrid se produjo el 7 de septiembre. Carlos IV lo recibió en su palacio de San Ildefonso, donde lo colmó de honores y felicitaciones.
El propio descubridor de la vacuna de la viruela Edward Jenner escribió sobre la expedición: No puedo imaginar que en los anales de la Historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que este.
Sobre el mismo hecho Alexander von Humboldt escribía en 1825: Este viaje permanecerá como el más memorable en los anales de la historia.
En cuanto a los pequeños grandes héroes, los portadores de los virus, una vez cumplida su misión, fueron en su mayoría adoptados por familias locales acomodadas como agradecimiento a la colaboración prestada en tan grande acto de ayuda humanitaria. Ninguno de ellos volvió a España.
Perlas de sabiduría del último rey Zirí de Granada que fue destronado por los invasores musulmanes del sur de Marruecos…
1) Aquel a quien guste disfrutar de las delicias del mundo, debe aprovechar cuantas facilidades encuentre para satisfacer su apetito, porque quien arrebata a la suerte una hora de placer, eso se encuentra, y quien la deja para más adelante, eso se pierde, ya que el hombre es efímero e hijo del instante.
2) Un sabio a quien se le preguntó por el vino, lo censuró, pero luego dijo: “Si se toma como conviene, con quien conviene y cuando conviene, no hay mal en ello, porque alegra el espíritu, disipa los cuidados y enardece e impulsa a las acciones meritorias. Tomarlo con exceso es tan grande daño como es gran bien beber poco. Dicen que una de las medicinas más grandes para la melancolía es beber vino cuando se la siente; pero que luego deja una melancolía peor que la anterior, si se bebe con exceso. […] No hay bien en beber vino, salvo si éste es ligero, de un año cumplido y de olor perfumado, circunstancias en que el vino es cálido y seco.
Pero en todo tiempo beba el hombre aquello que se acomode a su naturaleza, sin dejarse arrastrar por la avidez.
3) Es lo mismo que pasa con el coito, que cuando más se aprovecha es después de reposar el organismo y de haberlo tenido sumido en el sueño después de la cena, o sea, a la mañana siguiente, cuando el cuerpo está en la plenitud de sus funciones, deseoso de evacuar sus secreciones y en perfecta actividad.
No hay que hacer entonces ningún esfuerzo para el coito porque la naturaleza lo pide, sobre todo si la ayuda el alma, asistiendo a aquella persona con la pasión, porque alma y cuerpo se corresponden y están estrechamente ligados.
4) A un hombre sabio le preguntaban una vez: “¿De dónde viene todo eso que sabes?” Y contestó: “De una mente y un espíritu abierto y curioso y una lengua preguntona”
De ascendencia francesa (sus abuelos paternos fueron los comerciantes franceses Juan Montengón y María Larraux, establecidos en Alicante), su padre, Pedro Montengón Larraux, casó en 1743 con Vicenta Paret, unión de la que nacieron quince hijos, de los que el segundo fue el novelista que nos ocupa. Tuvo por padrinos a otros mercaderes franceses establecidos en Alicante.
Nacido en Alicante el 17 de julio de 1745 y falleció en Nápoles el 14 de noviembre de 1824. Fue un prolífico escritor que brilló en todos los campos literarios, como poeta, narrador, dramaturgo y traductor. ) exjesuita español de la Ilustración y disidente, que salió en 1767 a Italia.
El 25 de noviembre de 1759, por deseo de sus padres, ingresó como novicio en la Compañía de Jesús en Valencia, donde tuvo como profesor a Antonio Eximeno[1]. Estudió también, cumplido el noviciado, en el colegio de Tarragona. Entre 1763 y 1765 estudia filosofía en Gerona. Sus superiores le encargaron la clase de gramática en Onteniente.
Consecuencia del decreto de Expulsión de los Jesuitas, el 20 de abril de 1767, se reunieron todos los jesuitas de la provincia de Aragón en Tarragona. Allí embarca para Italia. Sin embargo, eso no fue precisamente por ortodoxia, ya que por escritos autógrafos suyos, se sabe que entró en la Compañía de Jesús por deseo expreso de sus padres y que salió de España porque el Superior no atendió sus súplicas.
Ya en Italia escribió tales sátiras contra la filosofía aristotélica predicada por los jesuitas, que la orden le tuvo poco menos que por un hereje y como tal le acusaron ante los comisarios reales. Estos le retiraron la pensión de la cual vivía. En esta sátira, se ridiculiza el sistema de enseñanza jesuita citando los nombres de muchos de sus condiscípulos y maestros.
Marchó con sus compañeros expulsos a Ferrara, donde estudió Teología y, dos años más tarde, abandonó la orden. Tras la publicación de su citada sátira, las protestas hicieron que se le retirara la pensión como exjesuita, aunque por breve tiempo. En Ferrara hizo amistad con otro importante ilustrado, Juan Andrés y Morell[2], y Carlos III dobló su pensión en atención a sus méritos literarios. De 1778 son sus Odas, firmadas con el pseudónimo de Filopatro.
SUS OBRAS. –
Eusebio es una novela educativa que apareció en cuatro partes. Denunciada a la Inquisición en 1799, la obra pasó por un proceso a causa del cual tuvo que reescribirla y publicar una edición enmendada en 1808.
Es la obra más importante de Montengón en la que reflejó sus ideas pedagógicas y planteamientos paralelos, a Rousseau. En el siglo XVIII este ilustrado llegó a vender 70.000 ejemplares, todo un bestseller en aquella época. Se consideró a Montengón el Rousseau español.
El año de su matrimonio, Montengón publica Antenor (1788), obra antibelicista inspirada en la Eneida de Virgilio y en el Telémaco de Fénelon. Al año siguiente, concluye Eudoxia, hija de Belisario, relatando los amores de ésta con Maximio, entre referencias a las tesis, muy modernas que defiende el autor, que reflejó en este libro: el interés por la educación de las mujeres en igualdad con los hombres. Montengón sostiene que las mujeres tienen igual capacidad y han de recibir instrucción general.
En 1790 lo encontraremos en Venecia, donde publica El Rodrigo, extenso relato en doce partes precedida cada una de una «invocación» cuyo género literario vacila entre la novela histórica y la épica culta. Este romance épico, en prosa, ambientado en el siglo VIII, refleja el tema legendario de la violación de la hija del Conde don Julián, la ocupación de España por los musulmanes y el fin del reino visigodo.
Sorprende su última obra: El Mirtilo o Los pastores trashumantes de 1795. La trama es mínima: Mirtilo, desengañado de la Corte, marcha al campo y cultiva la poesía. Podría ser la última novela pastoril de la literatura española. Montengón volverá a España en 1800 y traducirá la obra del falso bardo céltico Ossián.
Fue expulsado de nuevo como jesuita en 1801, año en que publicó otra obra (Frioleras eruditas y curiosas para la pública instrucción) y regresó a Nápoles, donde estableció su residencia y murió. En las Frioleras se encuentran, un discurso sobre el buen gusto en las artes y las ciencias, cortas disertaciones sobre el sistema económico romano y sobre el politeísmo entre los latinos; exposiciones sobre la medición de la latitud y la longitud terrestre y sobre curiosidades de la naturaleza. De sus últimos años es un poema de épica culta, La conquista de México (1820).
Entre sus múltiples aportaciones destacan su estilo en algunas de sus obras: poemas deudores del estilo de fray Luis de León y Fernando de Herrera, o el innovador modelo de educación que defendió para la época. Tradujo además cuatro tragedias de Sófocles. Su azarosa existencia fue tal vez un acicate para que llegase a vislumbrar una sociedad justa, fraternal y solidaria, donde coincidían las felicidades del individuo y la república; utopía que trató de reflejar en todos sus libros.
En la actualidad, se le recuerda dando nombre a una callejuela del barrio de Santa Cruz, en la falda del monte Benacantil, coronado por el magníficamente cuidado Castillo , y bajo la benévola mirada del último señor musulmán, tallado por el tiempo y los elementos.
[1]Antonio Eximeno Pujades, nació en Valencia el 26 de septiembre de 1729 y falleció en Roma el 9 de junio de 1808. Ejemplo de intelectual jesuita, fue matemático, filósofo y musicólogo español. Fue profesor de retórica en el Seminario de Nobles de Valencia y de matemáticas en el Colegio de San Pablo de la misma ciudad. Fue también profesor del Real Colegio de Artillería de Segovia donde pronuncia su discurso de inauguración con una exhortación dirigida a los jóvenes cadetes, en las que proclama que la finalidad perseguida era la de crear un colegio de héroes que propagase en España el talento y el espíritu militar. Expone en su discurso el sistema educativo, que supone el enfoque de la enseñanza artillera desde la base imprescindible de la base teórica matemático-científica de la práctica artillera.
[2]Juan Andrés y Morell (Planes, Alicante, 15 de febrero de 1740/Roma, 12 de enero de 1817), sacerdote jesuita español y escritor en lenguas española, italiana y latina, fue un humanista, científico y crítico literario de la Ilustración, padre de la Literatura universal y comparada. Es considerado la principal figura de la Escuela Universalista Española del siglo XVIII.
Este fue el nombre que recibió la expedición armada por Carlos I, formada por cinco naves bajo el mando del portugués, al servicio de la corona española, Fernando de Magallanes.
La nao Victoria fue construida en los astilleros de Zarauz, desaparecidos hace tiempo. Desplazaba 102 toneladas y su eslora era de 28 m., manga 7,5 m y su calado de 2 m en la borda más baja y 7,5 m en el castillo de popa. Constituían su aparejo tres mástiles, con gavias en trinquete y mayor y en mesana vela española, también llamad latina. Estaba artillado con 6 falconetes de hierro forjado y 4 cañones del mismo material. Su tripulación al inicio de su navegación era de 45 hombres. El mando inicial de la nave era de Luis de Mendoza, que, además de capitán de la Victoria, era tesorero de la Armada.
Además de la Victoria, los otros cuatro barcos fueron la Trinidad (nave capitana, 132 toneladas, 55 tripulantes), la San Antonio (144 toneladas, 60 tripulantes), la Concepción (108 toneladas, 45 tripulantes), y la Santiago (90 toneladas, 32 tripulantes).
La expedición zarpa de Sevilla el 10 de agosto de 1519. Tras una corta estancia en Tenerife, llega el 13 de diciembre a la bahía de Sta. Lucia, sita entre los actuales Rio de Janeiro y Sao Paulo. Continúan rumbo Sur y el 11 de enero llegan a la desembocadura del Rio de la Plata.
El 30 de marzo de 1520 fondean en una bahía a la que llaman puerto de San Julián, en la Patagonia argentina, donde se preparan para pasar el invierno. Algunos oficiales le presionan para que deje de andar perdido por esa costa estéril y Magallanes se ve obligado a revelar que tiene acordado con el Rey explorar toda esa costa hasta localizar un paso que les permita pasar al Océano Pacífico navegando hacia el Oeste. En esencia, explorar el Océano Pacífico y alcanzar las Islas de la Especias sin tener que navegar toda la costa africana y el subcontinente asiático. Le insisten en que no se detenga y siga avanzando, pero Magallanes se mantiene firme. Como nadie antes había llegado a estas costas cada entrante y cada bahía, debía ser explorada y cartografiada.
Los capitanes en desacuerdo, Luis de Mendoza, Gaspar de Quesada y Juan de Cartagena, se amotinan contra Magallanes, tomando el control de las naos Concepción, San Antonio y Victoria. Envían a la Trinidad un mensaje para Magallanes pidiendo negociar. Magallanes retuvo esta embarcación y envió a Gonzalo Gómez de Espinosa, su alguacil, al mando de cinco o seis hombres armados secretamente a la Victoria, con una carta para Luis de Mendoza. Mientras Mendoza lee el mensaje de Magallanes, Espinosa y otro de sus hombres lo matan a traición. El 7 de abril, Magallanes, manda cortar la cabeza y descuartizar a Gaspar de Quesada, capitán de la Concepción, y condena a ser abandonados a su suerte al veedor real, Juan de Cartagena, y a un fraile, Pedro Sánchez Reina.
Al mismo tiempo, otro bote también enviado por Magallanes, con Duarte Barbosa y quince hombres armados, abordan la Victoria tomando el control sin resistencia. Magallanes reúne la Santiago, la Victoria y la Trinidad en la salida del puerto de San Julián, haciendo imposible la huida de las dos naves rebeldes, que tienen que rendirse. Magallanes nombra capitán de la Victoria a Duarte Barbosa.
Reanudada la navegación, la nao Santiago que se había enviado a explorar más al Sur, encalla a causa de las fuertes oscilaciones de las mareas. La tripulación se salva con la sola baja de un esclavo y se recuperan la mayor parte de los enseres y vituallas. Se envían dos hombres quienes a pie y en circunstancias muy penosas, llegan a Puerto San Julián para dar noticia de lo sucedido. El grueso de la expedición acudió de inmediato a su rescate.
Al reanudar la navegación, encuentran condiciones meteorológicas muy desfavorables y deciden atracar el 26 de agosto en Puerto de Santa Cruz, en el que aprovechan para reponer vituallas por su abundancia en pesca.
El 18 de octubre parten de Santa Cruz y a tres días de navegación se empiezan a adentrar, con una fuerte tormenta que separa a la San Antonio y la Concepción del resto, empujándolas hacia lo que estimaban una bahía en la que podían encallar. Al fondo de la zona encuentran un estrecho canal y continúan navegando. A la salida del canal, encuentran otra bahía y un nuevo canal al final del cual se abre el océano y toman conciencia de que han encontrado el ansiado paso hacia el Pacifico. Vuelven atrás y a los tres días se reúnen con las otras naves, con toda la arboladura desplegada y con descarga de salvas de artillería. Comunicaron el descubrimiento del estrecho con gran alborozo para toda la expedición.
Magallanes envía de nuevo a la San Antonio y la Concepción a explorar el estrecho. Estando ya las naves dentro del estrecho, la San Antonio perdió de vista a las otras, circunstancia que aprovecha el experto piloto portugués Esteban Gómez para hacerse con el mando de la San Antonio durante la noche y abandonar la expedición poniendo rumbo a España. Llegan a España en mayo comunicando al Emperador el descubrimiento del estrecho y los abusos de Magallanes.[1]
La exploración y cartografiado del recién descubierto estrecho, luego llamado de Magallanes, les llevará nada menos que 28 días, y por fin, el 18 de noviembre de 1520, desembocarán en el Océano Pacífico. Inician la travesía buscando latitudes más cálidas y navegando muy cerca de la costa al llegar a la altura de la actual ciudad de Concepción (Chile), ponen rumbo al Noroeste para atravesar el Océano. La climatología se mostró muy favorable, con vientos a favor y sin borrascas que entorpezcan la navegación lo que les permite avanzar cada día distancias del orden de 100 leguas[2], unos 560 km., aunque el océano parece no tener fin. La travesía se vuelve muy dura por la carencia de agua y alimentos lo que provoca una elevada mortalidad en las tripulaciones.
Siguiendo su singladura rumbo Oeste por el Pacífico, llegan el 6 de marzo de 1521 a la actual isla de Guam, en el archipiélago de las Marianas, a las que llamaron “Islas de los ladrones”, por el saqueo al que los sometieron los habitantes de las mismas. Como contrapartida obtuvieron agua y alimentos abundantes. Tras aprovisionarse retoman viaje hacia el oeste, avistando el 16 de marzo un archipiélago que denominaron de San Lázaro (actual Filipinas). Divisan una isla grande, la de Homonhon y allí se dirigen. Hay un buen puerto y unos indios amigables. Parte de la tripulación se recupera de sus enfermedades.
Avanzan hasta la isla de Mazava, cuyo rey se ofrece a guiarlos hasta Cebú, donde dice que hay más población y otro rey. Un esclavo malayo capturado en otros viajes por los portugueses, se entiende bien con los nativos, lo que consideran una señal de estar cerca de su éxito, y todavía más importante, empiezan a confirmar la redondez de la tierra.
Entran en Cebú con salvas de artillería que atemorizan a los nativos. Los convencen de que es una forma de expresar su alegría. Se ganan la confianza del rey local con quien intercambia regalos. El rey de la población vecina, Mactan, desafía a los navegantes. Magallanes acude a la visita con muy pocos hombres y al desembarcar son atacados por miles de guerreros que los aguardaban. La superioridad numérica se impone y Magallanes muere alcanzado por una lanza que atraviesa su cabeza. Posteriormente, en una supuesta comida de desagravio, mientras el rey distrae a los españoles, entran cientos de guerreros en la sala y matan a 26 hombres más.[3]
Tras las pérdidas de personal sufridas hasta ese momento, consideran insuficiente la tripulación para navegar de forma segura las tres naves restantes y deciden destruir, quemándola, la Concepción en Bohol, repartiendo su tripulación entre la Trinidad y la Victoria. Se nombra nuevo capitán a López Carvalho, quien da muestras de no estar capacitado para el mando. Recorren de isla en isla la zona del mar de Joló, al parecer perdidos y sin un rumbo claro. Terminan por encontrar la isla de Palawan donde se pueden surtir al fin de abundantes provisiones. Allí tienen noticias de la riqueza de la cercana Brunéi, en la isla de Borneo, donde llegan el 21 de julio. Brunéi cuenta con una gran población, y un grado de civilización muy superior al de los lugares que han visitado hasta entonces. El trato que reciben de la población es bueno, pero al ver aproximarse a las naves más de un centenar de canoas, con varios centenares de guerreros en ellas, se asustan y las atacan, causando muertos y tomando prisioneros. Se aclara al fin que los guerreros venían celebrando una victoria en una guerra con otras tribus y no tenían intenciones agresivas hacia nuestros navegantes, ya muy en guardia por las experiencias anteriores. Fue un error comprensible que terminó con las buenas relaciones, y obliga a los españoles a salir de Brunéi precipitadamente.
Pocos días después de abandonar Brunéi y tras un periodo de navegación caótica, encalla la nave Trinidad. Encuentran un puerto, no identificado, donde reparan los daños de la nave demorándose en ello 37 días. En esa escala se toma el acuerdo de relevar a López Carvalho por Gonzalo Gómez de Espinosa quien, de hecho, ya comandaba la nave. A la vez, Juan Sebastián Elcano es nombrado capitán de la nao Victoria, fijándose como objetivo prioritario continuar viaje hasta llegar a las islas Molucas y volver a España cargados de especias.
El 28 de octubre fondearan en la isla de Kagayan y contratan dos pilotos locales para que los guíen a las Molucas. En sólo 10 días, estaban ya viendo los picos volcánicos de aquellas islas, las islas de la Especiería. El 8 de noviembre llegan a Tidore, en las islas Molucas. A su llegada a Tidore los españoles son muy bien recibidos por el rey local, Almansur, al que enseguida llaman Almanzor. Es musulmán, ya que los árabes habían llegado mucho antes allí para comerciar con especias. Les pide que le ayuden a defenderse de los portugueses que no le trataban muy bien. Los españoles perciben que debían apremiar su salida para evitar problemas; el 25 de noviembre empiezan a cargar las naves de clavo, y el 8 de diciembre, después de haber atrasado la salida casi una semana parten rumbo Sur.
Al zarpar la Trinidad advierte que le cuesta avanzar. Ambas naves maniobran y dan la vuelta, y ya fondeadas se descubre que la Trinidad hacía agua de forma muy peligrosa. El rey Almansur dispuso buzos para localizar la entrada de agua, sin éxito. Descubren que el problema es más grave que una simple vía de agua, quizás por una mala reparación tras haber encallado en el trayecto a Brunéi, y con la sobrecarga las cuadernas se habían desencajado. Ello obligaba a descargar la nave, y pese a que el rey trae carpinteros para ayudar, la reparación de la Trinidad iba a precisar meses.
Con el fin de dar noticias al Rey de lo conseguido a la mayor brevedad, disponen que la Victoria zarpe ya para volver a España rumbo Oeste. Su tripulación se compone de 47 tripulantes y trece indios, con velas nuevas, en las que se lucía una gran Cruz de Santiago. Por precaución se redujo la carga de clavo de la Victoria de unos 700 a unos 600 quintales[4] -unas 27 toneladas- y, por fin, el 21 de diciembre de 1521, zarparon hacia el cabo de Buena Esperanza.
La Trinidad, tras su reparación, volvería cruzando el Pacífico hasta el actual Panamá, único lugar de la costa pacífica americana en posesión española. Al poco tiempo de iniciada su singladura tiene tan mala suerte, que un temporal destrozó el mástil mayor y los castillos de popa y proa. Fue capturada por portugueses y ya no regresó a España, aunque sí cuatro de sus tripulantes.
La Victoria recorre durante varios días diversas islas recogiendo muestras de las especias y acercándose al Sur. En la isla de Mallúa realizan reparaciones a la Victoria durante quince días. El 25 de enero llegan a Timor, donde dos tripulantes huyen a nado, siendo recogidos posteriormente por una embarcación portuguesa. La nao Victoria zarpa después de 11 días en busca del océano Atlántico. Al inicio del viaje, en el Océano Índico, navegan con vientos flojos, propios de las latitudes ecuatoriales en que se encuentran. Navegan hacia el Suroeste, tratando de evitar encuentros con expediciones portuguesas. En su navegación, pasan tan cerca de Australia que una desviación hacia el Sur, los hubiera llevado a sus costas.
Conforme descienden hacia el Sur, el Índico muestra su carácter feroz; los vientos y las corrientes desfavorables, hacen el avance cada vez más problemático. Cuando se van acercando al paralelo 40 tienen que luchar denodadamente para evitar ser devueltos hacia el Este. Tras unos días terribles, Elcano decide pasar al paralelo 36, encontrando las mismas condiciones, lo que le hace temer no poder rebasar el Cabo de Buena Esperanza. Al final pasan (sin verlo) a unos 40 Km. al Sur de él, y el 19 de mayo, ya en el Atlántico, toman rumbo Noroeste.
El Océano Atlántico les trae vientos favorables y avanzan con gran velocidad llegando a recorrer un día 100 leguas, unos 560 km-, siendo la mayor distancia recorrida en un día en toda su vuelta al mundo.
A partir del 12 de mayo debido a la falta de alimentos, el agotamiento y la dureza de la navegación, el número de fallecimientos es incesante. Elcano se enfrenta al fallecimiento de toda tripulación. Para evitar esa tragedia, decide tomar una decisión contraria a sus planes: acercarse a la costa para avituallarse. Están cerca de Guinea, en una costa formada por manglares, bosques de árboles resistentes al agua salada que crecen en las desembocaduras de los grandes ríos de esta zona, lo que les impide acercarse a tierra firme. Persisten dedicando desde mediados de junio hasta primeros de julio a recorrer las costas africanas en busca de un lugar donde fondear, mientras siguen las muertes. El 1 de julio Elcano somete a votación la decisión a tomar: continuar viaje a España sabiendo que quizá mueran todos en el intento, o recalar en las cercanas Islas de Cabo Verde donde se encuentran los portugueses a los que tanto temen. Se decantan por lo último, con la estratagema de que vuelven de América y necesitan reparar el trinquete.
El 9 de julio la Victoria fondea y parte de la tripulación acude a la costa a bordo de su bajel para traer provisiones. Los portugueses atienden de buena fe a los expedicionarios y les proveen de alimentos y agua. A los tres días de permanecer en Cabo Verde, el bajel que había acercado al puerto no volvía. Las autoridades habían descubierto la verdad[5] y estaban reteniendo a los 13 hombres que en él iban y que fueron rescatados pocos meses después por el Emperador Carlos I. La mañana del día siguiente se acercaron al puerto, donde acudió una embarcación portuguesa que les avisó de que sus compañeros habían sido detenidos, y que las autoridades les pedían entregar la nave. Elcano larga velas inmediatamente, emprendiendo así la huida. Son muy pocos para gobernar la nao, pero tendrán que arreglárselas. Y decide despistar a los portugueses. Toma rumbo Suroeste.
El camino a España a vela desde Cabo Verde, la distancia más corta es por las Islas Canarias, pero en la zona se encuentran vientos alisios constantes en dirección Suroeste, por lo que es un rumbo casi imposible para un velero. Cuando se navega en sentido contrario, hacia Sudamérica, es el mejor rumbo pues los fuertes alisios de popa hacen casi volar a las naves. El camino habitual es cruzar esa zona de alisios con rumbo Noroeste hasta aproximarse a las Azores, más o menos, según afecte el anticiclón que suele posicionarse en la zona, para después virar al Este camino de Portugal, con vientos favorables. Elcano sigue fielmente esta ruta.
Aunque las Azores son portuguesas, no suponían peligro, puesto que era la ruta normal para la vuelta desde América para los barcos españoles. El viento le ayuda y lo hace a gran velocidad, sin cruzarse con ningún barco. Pero ya están en agosto y el anticiclón de las Azores les deja sin viento a los pocos días y apenas avanzan. Están a punto de conseguir su objetivo, pero el agotamiento por hacer funcionar las bombas de achique día y noche los está dejando exhaustos. Al fin se levanta viento favorable y pueden navegar hacia el Cabo de San Vicente. El 4 de septiembre, divisan el cabo, y dos días después, el 6 de septiembre de 1522, entran al puerto de Sanlúcar de Barrameda.
Los sanluqueños contemplan una nave parcialmente desarbolada y fuertemente escorada, de cuyas bordas asoman 18 escuálidos hombres que dicen ser los supervivientes de la armada de Magallanes, y que vuelven de haber dado la vuelta al mundo cargados de especias. Llevan a bordo tres indios de las Islas Molucas, de los 13 que habían embarcado en Tidore nueve meses atrás. De inmediato se corre la voz como la pólvora por la ciudad, que se presta a atenderlos.
Orgullosos de su gesta, quieren continuar hasta Sevilla de donde partieron hace 3 años y 28 días, siendo remolcados para remontar el Guadalquivir. Entran en el puerto de Sevilla gastando en salvas la pólvora que les quedaba. No olvidan la promesa hecha a la Virgen durante una tempestad que casi termina con ellos cuando viajaban a Timor, y piden cirios; descalzos y con ellos en las manos, desembarcan uno a uno y, como una procesión de espectros, se dirigen hasta la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, en Triana, para dar gracias a la Virgen.
Traen un preciado cargamento de 27 toneladas de clavo, una increíble fortuna para la época. Pero, tal como cuenta Elcano al Emperador Carlos I en la carta que le escribe desde la Victoria anunciando su regreso, «…aquello que más debemos estimar y tener es que hemos descubierto y dado la vuelta a toda la redondeza del mundo«.
No cabe mayor heroicidad, capacidad de sacrificio y audacia. Con su regreso, estos 18 hombres no solo entraron al puerto de Sevilla, sino que lo hicieron para siempre en la Historia de humanidad.
A Juan Sebastián Elcano le concedió el Rey que en su escudo nobiliario luciera una banda con la famosa frase “PRIMUS CIRCUMDEDISTI ME”.
NOTA FINAL. –
La didáctica visita al puerto de Alicante, donde se encuentra fondeada una réplica de la nao Victoria (y también un hermoso galeón de más porte), me ha servido para tomar conciencia real de las dificultades, dados los medios con el que se llevó a cabo esta hazaña, que, vista desde hoy, parece increíble. En una época sin más ayudas a la navegación, que sextante y brújula, sin mas cartas náuticas que su propia experiencia y un valor que, al menos yo no soy capaz de entender, llevaron a cabo una hazaña que hoy día es difícil de imaginar.
Fue lo que me movió a investigar más a fondo la historia de esa epopeya y plasmarla en este artículo que publico en mi blog con mi admiración por aquella gloriosa aventura que llevaron a cabo españoles del S.XVI.
PARA SABER MAS. –
En Internet se encuentran infinidad de artículos sobre el tema, pero hay una página web donde se trata con más extensión y profundidad la aventura con lujo de detalles. Es lo mejor y más documentado que he encontrado.
Esa página es www.rutaelcano.com. Su autor es D. Tomás Mazón Serrano. Está disponible en español e inglés. Además del extenso y detallado relato, hay unos desplegables documentadísimos que tratan en profundidad diversos aspectos, desde LA HISTORIA A LOS MAPAS Y LAS FUENTES.
Desde aquí, le expreso mi admiración por su magnífico trabajo.
NOTAS DEL TEXTO. –
[1] Posteriormente Carlos I encargó a Esteban Gómez el mando de una expedición para buscar otro paso al Océano Pacífico por el norte. Gómez fue el primer europeo que visitó la isla de Manhattan y la península del Labrador.
[2] La legua marítima usada por los marinos, equivale a 5.555,55 metros.
[3] Dice el refrán que “quien a hierro mata, a hierro muere”. Magallanes y Barbosa asesinaron a Mendoza y a Gaspar de Quesada, y casi de la misma forma los asesinaron a ellos. Justicia poética.
[4] Un quintal castellano es aproximadamente, 46 kg.
[5] Parece ser que al comprar vituallas pagaron en especie, entregando alguna cantidad de especias de las que llevaban a bordo.
El Regimiento de Infantería San Fernando 11 tiene sus orígenes en la Guerra de la Independencia española, concretamente, el 5 de mayo de 1808, en el que Don Francisco de Rovira organiza la sublevación contra las tropas francesas en la zona del Ampurdán, organizando con varias partidas una unidad que se denominó «Tercio del Ampurdán 1», de la que fue primer jefe D. Manuel de Montesinos.
En el año 1809, se organizan las denominadas «Legiones Catalanas», por lo que el Tercio del Ampurdán pasó a ser conocido como «Tercio de la Primera Legión de Infantería»
En el año 1811 cambia su nombre por el de «Regimiento de San Fernando de Infantería de Línea”. Finalizada la guerra de la Independencia toma el 57 de los de la Infantería y pasa a ser el «Regimiento de Infantería San Fernando 57”, que fue disuelto en 1815 al pasar a Ultramar.
Se vuelve a organizar la unidad en 1825 con el nombre de «Regimiento 10º de Cataluña», para en ese mismo año pasar a «Regimiento de Infantería de Línea 10» y un año más tarde en 1826 recuperar el nombre de San Fernando y conocérsele como «Regimiento de Infantería San Fernando 10». En el año 1831 tomo el nombre de «Regimiento de Infantería San Fernando 11».
Reorganizada la Infantería en Batallones en el año 1844 se forman los batallones «Batallón de Infantería San Fernando 31», «Batallón de Infantería Sevilla 32”, «Batallón de Infantería Tarifa 33», hasta que en el año 1844 vuelve a tomar el nombre de «Regimiento de Infantería San Fernando 11». Dividido en tres batallones en 1925 para la lucha en Marruecos, el primer batallón sirve de base para la formación del «Batallón de Cazadores de África 13», que en 1929 pasa a ser el «Batallón de Cazadores San Fernando 3» y, finalmente con la agregación de varias Unidades, vuelve a convertirse en regimiento con el nombre de «Regimiento de Infantería San Fernando 11»
En el año 1931, destinado a Alcazarquivir (Larache), cambia su denominación por la de «Regimiento de Infantería 40», siendo disuelto ese mismo año pasando su historial al «Batallón de Cazadores África 1», que posteriormente pasa a denominarse “Batallón de Cazadores de Larache 1 y 2”, en 1935 con el que comienza la Guerra civil española en 1936.
Finalizada la Guerra Civil se organiza el «Regimiento de Infantería 59», que recoge el historial y la bandera del Batallón de Cazadores y posteriormente en 1943 vuelve a llamarse en Alicante, el «Regimiento de Infantería San Fernando 11», que pasa posteriormente de guarnición a Ifni.
En 1960 se organiza la «Agrupación de Infantería San Fernando 11», para finalmente en 1963 volver a ser el «Regimiento de Infantería San Fernando 11», integrado en 1965 en la Brigada DOT III con el que es disuelto definitivamente en el año 1985.
Participó en las Guerras Carlistas, Guerra de África, 1859-60; Guerra de Cuba en dos ocasiones; Campaña de Melilla, 1893; Guerra del Rif, 1909; Campaña del Kert, 1911-12 y Campaña del Rif, 1920-21. En esta última, la unidad tenía a su cargo la zona de Drius y sus tropas defendían 21 destacamentos. Durante el desastre de Annual perdió más de 1.800 hombres.
LOS VOLUNTARIOS DE NOVIEMBRE DE 1962
En el momento de nuestra incorporación a filas, al Regimiento de Infantería San Fernando 11, en el hoy desaparecido Cuartel de Benalúa, Compañía de Morteros de 120, éramos un grupo muy joven y heterogéneo. Nacidos en la década de 1940, casi recién terminada la Guerra Civil, todos queríamos cumplir nuestro deber militar lo antes posible, cada uno por sus propios motivos, generalmente por estudios o trabajo.
Éramos unos 70 y, salvo excepciones, desconocidos entre sí hasta ese momento. La convivencia diaria del grupo, la instrucción, las marchas, las prácticas de tiro, las guardias y las clases teóricas de temas militares, fueron forjando entre nosotros una camaradería y amistades duraderas y muy firmes, que solo se dan en la Institución Militar, y que perduran en el tiempo. Tras el periodo de instrucción, se fueron asignando destinos y el grupo se fue disgregando, aunque la amistad que surge en el ejército, distinta de cualquier otra, se mantiene.
Una especial mención a nuestros mandos, jefes, oficiales y suboficiales, que tuvieron que lidiar con este grupo díscolo, bullicioso y a veces indisciplinado, al que inculcaron los valores militares y la disciplina necesarios para el buen funcionamiento de la Institución. Como es normal, al final, triunfó el respeto y la comprensión mutua.
El pasado 2017, celebramos nuestro 55 Aniversario de Jura de Bandera con actos muy emotivos, por la falta de un cierto número de compañeros, fallecidos unos y otros con graves problemas de salud. Tras la misa celebrada, se cantó con mucha emoción, “La muerte no es el final”.
Es una experiencia que marca toda la vida, de aplicación a la posterior vida civil. Se adquiere un fuerte sentido de la jerarquía y se asume como un deber casi religioso, la férrea obligación del cumplimiento del deber que, en tiempos difíciles, puede ayudar a salvar la vida propia, de los compañeros y de los ciudadanos. Lecciones de vida, que muchos creemos que, serian de gran valor para la juventud actual, bastante desorientada y muy necesitada de entender que en la vida no solo se tienen derechos, que también hay obligaciones y necesidad de disciplina para llevarlas a cabo, en especial cuando está en juego el bien común.
En los próximos días de noviembre del presente 2019, volveremos a reunirnos para conmemorar nuestra incorporación a filas hace ya 59 años, con la ausencia, desgraciadamente, de muchos compañeros algunos por enfermedad y otros porque Dios, con sus inescrutables designios llamó a su lado antes que a los demás.
Personalmente, cada vez que paso por el terreno que ocupó el Cuartel, no puedo evitar una extraña sensación de vacío y de melancolía por aquellos tiempos pasados.