NUEVOS RELATOS DE ULYSES
Con esta publicación en el blog, llego a la entrada número 50, cifra a la que nunca pensé llegar cuando inicié esta actividad, que no tiene otra pretensión que mantener mi mente activa en la jubilación después de muchos años de trabajo intenso. Y he querido hacerlo homenajeando al que ha sido, probablemente el autor más universal de la literatura y la lengua española. El relato es un poco extenso, pero creo que D. Miguel se lo merece.
También he escogido un texto que aunque se publica bajo la rubrica de Relatos de Ulyses, no es tal el autor, sino un querido amigo del mismo: D. CIPRIANO VALIENTE.
Hace más de treinta años descubrí un lugar distinto de mi tierra alicantina y comparable en belleza a los más hermosos paisajes que he conocido en la parte del mundo que he conocido, que no es pequeña. Naturaleza salvaje y agreste, a escasos 450 kilómetros de mi Alicante. Nos enamoramos hasta tal punto del lugar, que conseguimos una casa con ánimo de que fuera nuestro retiro al final de una agitada y viajera vida profesional. De ahí, su nombre: ÍTACA. Nuestro anhelo por el lugar es descrito por el famoso poema de Konstantin Kavafis del mismo título.
Entre las muchas personas que nos han honrado con su amistad siempre ha destacado un personaje por el que sentimos un gran afecto y admiración. Hombre todavía joven, amante de la naturaleza, de su tierra y sus tradiciones. Siente una pasión desmedida por dos temas propios de la Serranía de Cuenca: D. Quijote y su creador D. Miguel de Cervantes, y los gancheros.
Son estos últimos los hombres que a través de los cauces fluviales, transportaban desde tiempo inmemorial, las preciadas maderas de estos montes hacia levante o hacia el centro de la península. En la época califal, en la Geografía de España de Al Idrissí, se citan los transportes de troncos por el rio de Kalassa (identificado por el Prof. Francisco Franco Sánchez, arabista de la U. de Alicante como el Júcar), hacia su desembocadura en Cullera, desde donde eran luego dirigidos por mar hacia Denia, donde se encontraban las Reales Atarazanas Califales. Hay también referencias a sentencias de pleitos de esa misma época, entre los propietarios de molinos y batanes y los gancheros, por los daños que se producían en el transporte de los troncos. Estas tierras están atravesadas por una serie de ríos de diverso porte que afluyen al Tajo. Por ese camino llegaban los envíos de maderas hasta Aranjuez y Toledo, desde donde se distribuían a los centros de utilización para la construcción de edificios o de navíos.
Nuestro personaje, llevado de su pasión y con sus propios medios, creo un pequeño pero muy interesante MUSEO DE LOS GANCHEROS Y DE LA MADERA, al que la falta de apoyo y ayuda por parte de las autoridades, mantiene en una vida precaria.
Ha sido también el impulsor de la celebración anual, de Jornadas Madereras en las que se revive la actividad de los gancheros, con preparación de los troncos, lanzamiento al río y conducción en cortos trechos. Recuperación festiva y popular de una actividad tradicional ya desaparecida.
Por su pasión cervantina, su otra afición, tras muchas lecturas y estudios ha establecido, la previsible ruta que siguió D. Quijote en su camino hacia Zaragoza y Barcelona a su paso por estas tierras. Este tema que puede parecer baladí teniendo en cuenta que D. Quijote no fue realidad más que en la mente de D. Miguel de Cervantes, provocó acaloradas disensiones entre los diversos pueblos de la comarca que optaban a ser la vía por donde supuestamente transitó.
Precisamente en las celebraciones del IV Centenario de la publicación de la primera parte del Quijote, uniendo sus dos pasiones, escribió este relato, una nueva aventura del hidalgo manchego que con su permiso publico en este blog en este año en que se cumplen 400 años del fallecimiento del autor.
DE LO QUE LE OCURRIÓ A DON QUIJOTE DE LA MANCHA EN EL INESPERADO ENCUENTRO CON LOS HOMBRES DE LAS MADERAS.
«Así cuenta la historia un anónimo autor, que por no pecar no dejó su nombre, ni apodo, ni lugar…”.
…Y continuando su camino en dirección a Zaragoza vieron, D. Quijote y Sancho, un valle donde se juntaban dos ríos de regular caudal. Desde el alto lugar donde estaban ven, como junto al paso del agua hay varias edificaciones, que es de creer que serían batanes, molinos o destos ingenios que trabajan con la fuerza del agua. Siguiendo el camino que llevaban, que era el principal de la comarca, llegaron al fondo del valle y pasando por unos vados se dirigieron a donde habían visto varias casonas juntas.
-Sancho, buen amigo y servicial escudero – dijo D. Quijote dirigiéndose a Sancho he observado que en las últimas leguas no has hablado y me pregunto que se mueve por tu mollera que acalla tu garganta.
-Amo, ya sabe, vuesa merced, que yo soy de sencilla existencia y sólo los placeres y dolores terrenales me acompañan en mí existir. Pues mire mi señor D. Quijote, que desde que iniciamos esta última jornada tengo un bullir en las tripas, que no se si cólico, o qué mal he cogido, que entre ventosidades y eructos llevo todo el día, y creo yo, que dos días comiendo pan cenceño y ciruelas me han producido estos males. Y no digo nada, no sea que vuestra merced me dé remedio como el que en otra ocasión me dio, que pa ese remedio no me hace falta doctor.
-Amigo Sancho, hasta al mejor escribano se le escapa un borrón, y si mis remedios no quieres porque dudas, no te he de juzgar yo mal, sino precavido y desconfiado. Y ya que así lo quieres y para ver si se pueden aliviar tus males, vamos a preguntar por si posada, fonda o cuadras hubiese en este lugar.
Y así hablando de estos menesteres llegaron junto a las casas, que bien se veía que una de ellas era molino, y la otra pudiera ser posada, porque se veían cuadras y un cartel maltrecho sobre la puerta.
-Me adelantaré, dice D. Quijote, a ver qué población es esta.
-¡Ah de la casa!, -exclama D. Quijote, inclinándose hacia adelante en la silla, poniéndose de puntas sobre los estribos y despegando el trasero de la montura. ¡Si posada o molino, salga alguien, que aquí se presenta el caballero D. Quijote, valedor de débiles y desfacedor de entuertos!
Al punto sale un hombre de la casa, escucha las últimas palabras y con sorpresa exclama:
-Un caballero por aquí! señor ¿se mofa vuesa merced?, ¡si en estos lugares no hay más que pobreza y miseria! ¡Ni damas ni entuertos ni nada que se parezca! Pero si lo que quieren es posada, ¡aquí la tienen!
El posadero ve como Sancho cansado, a lomos de su rucio también se acerca y cavila que van los dos juntos.
-¡Soy Gonzalo!, exclama, aunque me dicen ‘el cangrejero’, ya sabréis el por qué. Como estos, ríos son tan abundantes en cangrejos, no faltan en mi mesa estos ricos animales, que bien con tomate, fritos, con torreznos, guisaos o, simplemente echados a las ascuas, los viajeros que por aquí pasan, que son pocos, no hay vez que no los prueben, aunque de otras comidas y manjares ni se caten. En este valle estamos cuatro familias, y Félix, el pastor que a temporadas nos visita.
Habiendo el posadero acondicionado a Rocinante y al rucio en una cuadra, que tan pobre era, que ni el Mesías en su humildad hubiese querido nacer en ella, vuelve a la venta donde esperan caballero y escudero.
Entran D. Quijote y Sancho; el Hidalgo, como Señor y portavoz, narra a Gonzalo las dolencias de Sancho:
-No es la primera vez que en estas andamos y yo con remedios muy sabios de farmacia y otros brebajes he aconsejado a mi amigo, pues yo también sufro de verlo tan afligido. Pero no damos, con el remedio, aunque para mí que es la propia condición de Sancho la que le causa tantos perjuicios, que mire usted señor ventero que a mi amigo le preocupa más llenar su estómago, que el hambre en el mundo entero.
Gonzalo escuchó en silencio y en acabando D. Quijote salió al paso diciendo:
-No os preocupéis señor Caballero, que conozco un remedio para esos cólicos a que os referís, y que a menudo aquejan a vuestro escudero.
-¡Pues decidlo por amor de Dios!, exclamaron al unísono, que no quiero pasar más tiempo de ésta manera, -continuó diciendo Sancho- y si como bien decís me curáis, ya me gustaría probar esos cangrejos guisados a los que se ha referido vuesa merced cuando estábamos en la puerta.
-Primero necesito haceros unas preguntas, -díjoles Gonzalo- porque el remedio así lo aconseja. Es necesario saber qué fue lo último que habéis comido.
-Hace dos días que un buen aldeano de estas sierras nos dio dos panes cenceños y una buena talega de ciruelas.
-¿Y cuantas ciruelas habéis comido?, pregunta Gonzalo dirigiéndose a Sancho.
-Pues de la talega…, sacao de dos almorzás que habrá comío el amo, las demás yo, ¡…y con gusto!
-Mire buen hombre, por la boca muere el pez, que de buen cristiano es sabido que el abusar de las ciruelas no es bueno, ni aun maduras. Y como sin duda para aplacar estos calores habréis bebido agua fresca de las muchas fuentes que habéis encontrado estos días, a buen seguro que la mezcla os ha soltado el vientre y os produce esas dolencias que relatáis. Pues el pan cenceño que decís haber comido solo es dañino si se come caliente.
-¡Venga ya el remedio!
-¡Ayuno! -replica Gonzalo-. Primero ayunáis y además beberéis un brebaje que tonifica y relaja los intestinos. Hecho de flores, que aquí abundan; una es la de un árbol que llaman tilo, y la otra una florecilla que le dicen manzanilla. Y no preocuparos, que en estando dos días con este tratamiento de ayuno v tomar tres o cuatro veces al día esta medicina, hasta las tripas más inquietas se sosiegan y normalizan. Y si aun así persisten sus dolencias, a poco menos de una legua río arriba, -señala Gonzalo con el dedo hacia levante- , hay unos manantiales, que ya en tiempos de nuestro señor Jesús, los romanos los utilizaron como medicinales, y en el país son bien conocidas por limpiar tanto las vías mayores como las menores.
Y con este sabio consejo, que a Sancho gustó solo en parte, pues aunque estaba manso por el dolor la idea de ayunar no era de su agrado, se dijo para sus adentros: «A la fuerza ahorcan».
Así se condujo el resto del día Sancho con su ayuno. Mientras, D. Quijote despachose con unas pocas migas con cangrejos y luego que terminó el condumio, conducidos por Gonzalo fueron a sus alcobas, que no tenían más que una yacija con una saca de gamones secos por colchón, que a nuestros amigos no les debieron de parecer incomodas, aunque pobres, pues ni un comentario hicieron de la estampa que allí vieron.
De madrugada, con las primeras luces que anuncian la llegada del astro rey se oye un tumulto de voces y bullicio de silbidos y gritos que venían de fuera e inundaban todo el valle.
-¿Has oído Sancho?, por Cristo, ¡se oyen gritos y lamentos, que diría yo, que ahí fuera hay aventuras, que nos aguardan! Ven, ayúdame a vestirme por si tuviera como caballero que intervenir en afrenta, batalla, ajuste o noble causa, que es de buen caballero, según dictan las leyes de caballería, vestir y llevar con honra las armas, escudos y linaje por las que un caballero se distingue y ensalza.
Sancho desde su alcoba, tras un tabique y cortina, medio escucha, y al tiempo que acaba D. Quijote le responde:
-Mi amo y señor D. Quijote, más quisiera que levantarme presto, como vuestra merced me dice, que aunque oiga voces y vengan del mismo infierno, con lo mucho que he soltao y el ayuno que me ha prescrito el posadero, no me quedan fuerzas para moverme de este lecho. Ande pues vuestra merced y averigüe qué tumulto es ese, que yo voy despacio en el vestir, y de poca ayuda os he de servir si lo que viese fuese peligro o estampida.
Sale D. Quijote vestido y armado. Se dirige río arriba, a Oriente, de donde proviene la algarabía. Espada en mano se abre camino entre sargas y cañizos y, oído ya muy próximo el bullicio, se parapeta tras un grueso fresno que lo oculta por completo. Se asoma cauteloso por un lado del tronco y a través de los orificios de su celada ve algo que lo paraliza y, al tiempo le hace saltar como un resorte espada en alto.
-¡Teneos! ¿Qué ejército es ese?, ¡bajad vuestras armas!
Todo quisiera decir más en su boca se amontonan las palabras. Con un fuerte suspiro, exclama al fin:
-¡Y decía el posadero que por aquí no pasaba nada!
Grande sorpresa la suya, y no menor la de aquellos que lo ven aparecer. Interrumpen sus voces y gritos y el silencio se adueña de todo. Sólo el murmullo del agua habla en el lugar.
Se adelanta uno de la treintena de hombres, que llevan largos palos con dos puntas de hierro forjado, recta y puntiaguda la una y curvada hacia el mástil, la otra. Van río abajo, unos dentro del cauce, andando sobre los troncos que flotan en el agua; por las orillas los otros, como cabras montesas, todos a una y a la vez desperdigados en lo que alcanza la vista de D. Quijote.
-¡Quietos!, en nombre de la Cristiandad -exclama D. Quijote-, dejad vuestras alabardas y salid de las embarcaciones, que para mí, que estas tierras están tan alejadas del Reino, que ni las Justicias ni la Santa Hermandad han desalojado al morisco de estos lugares, y aquí los he sorprendido en armas y a punto de batallar. Tomo como mía la cruzada de nuestro rey y señor, contra estos moros sarracenos amigos de los turcos, y enemigos de esta patria. ¡Daos presos y quedaos quietos hasta que los alguaciles de la Santa Hermandad se hagan cargo deste ejército!, que yo, como Caballero, juro no moverme y derramar toda mi sangre aquí mismo si es preciso. No encontraré causa más noble y justa que defender estas tierras del morisco invasor. Si no os paráis y abandonáis armas y pertrechos, por Dios juro que aquí mismo acabo con vosotros.
-¡Sancho amigo, Sancho!, ¡Gonzalo! venid que hay aquí emboscado un ejército de moriscos.
Félix, el pastor, que está presenciando como bajan los gancheros, que es espectáculo digno de ver, ha asistido a la aparición y el discurso de D. Quijote, y aunque se quiere dar prisa para llegarse y desengañarlo, la distancia no se lo permite, y baja corriendo la ladera advirtiendo:
-¡Señor!, ¡Señor!, que no son bandidos, ni moros ni cosa que se parezca, que son gancheros, que todos los años llevan río abajo las maderas de pino que se cortan por estas, tierras. ¡Quieto Señor que comete una tropelía!
Pero ya decidido D. Quijote, y sin mediar más palabras, espada en alto y gritando: -¡Daos presos malandrines, daos presos! se lanza a la carrera contra los hombres de la madera, que boquiabiertos contemplan la escena.
Según iba D. Quijote derecho hacia ellos blandiendo la espada, íbanse apartando, esquivándolo y como venía de un punto más elevado, su carrera era cada vez más alocada. No encontrando, al fin, obstáculo ni enemigo que lo parara, vino a dar con su cuerpo en el río; y aún con suerte que al estar lleno de madera por los troncos que por allí pasaban, quedo sobre ellos y sin apenas mojarse más que una pierna, aunque el descalabro fue tal que quedó inconsciente, sobre la madera, flotando río abajo como si de un fardo se tratara.
De inmediato uno de los hombres más próximos al río cogió su largo palo y con el gancho tiró un lance para sujetar los troncos gritando:
-¡Lorenzo, Pecas, Leandro! Sujetar la madera que saquemos a este loco que si se hunde, con tanto hierro que lleva encima, ni él sale, ni nosotros lo podemos sacar vivo.
Y así arrastrándolo sobre la arena es colocado boca arriba, al tiempo que se abren paso Sancho y Gonzalo, el posadero, entre la cuadrilla de hombres, que gancheros se llaman, por ser ese palo largo que llevan con punta y gancho su herramienta de trabajo.
-¡Mi amo!, – exclama Sancho- ¡que le habéis hecho a mi amo!, ¡mal rayo os parta si lo habéis herido o magullado!
Don Quijote espabila con torpeza sin saber qué ha pasado; trata de incorporarse y presto acude Sancho, que aun con pocas fuerzas por su ayuno, las saca de la cólera del momento, y cogiendo a D. Quijote por los sobacos ayudado por los que allí había, lo levantan y sujetan, porque de no hacerlo así, volvería a caer.
Ya vuelve D. Quijote en sí; al ver a Sancho y a Gonzalo y encontrándolos familiares, intenta de nuevo arremeter contra los gancheros.
-¡Bandidos!, ¡qué golpes me habéis dado! ¡Moros renegados!, ¿qué embrujo es este que me ha tumbado con la fuerza de la coz de un buey?
– ¿Qué locura es esta?, -grita uno de los allí presentes-, soy Venancio, el cabo de delantera y ni ensoñado me hubiese visto en un entuerto así. De los muchos años que llevo por estos ríos, bajando millares de troncos, no me he topado nunca con semejante burla. Este año vamos con retraso por las crecidas de mayo, y por la gran maderada que llevamos para un rico hacendado de la corte de Toledo. Soy el cabo de la delantera, que es el título o cargo que ostenta el ganchero más práctico encargado de preparar el río para el buen circular de las maderas peladas y labradas que en cada maderada o viaje hacemos desde las altas sierras hasta Toledo o Aranjuez donde desembarcamos. A lomos de estos ríos que nacen en humildes manantiales, se mueve la gran riqueza forestal de este país, precisa para las obras y construcciones de nobles y monarcas, de obispos y señores; que es tan noble esta madera que solo ricas arcas y señores poderosas las ponen en sus palacios, iglesias, capillas y monasterios. Y tan solo me refiero a la madera que va al corazón del imperio, que otra igual o en mayor número, ya desde el siglo IX viajaba desde estas tierras a través del rio Júcar a la ciudad de Cullera, donde desemboca, y de allí por mar a las Reales Atarazanas que los Califas tenían en Denia. Bien decía quién afirmó que todo tronco que flotaba en el Mediterráneo a España pertenecía.
-Gonzalo, amigo, díjole Venancio, cuéntale a estos señores que somos de estas tierras, y aunque de apariencia podamos parecer sarracenos, serán los zaragüelles, el pañuelo y las esparteñas, que son ropas propias de ellos, pero muy útiles para nuestro trabajo. Somos cristianos viejos todos, e hijos destas sierras. Hace más de 40 años que paso por aquí, que de niño ya venía con mi padre y mis primeras letras fueron escarchas y de mi juventud solo recuerdo hambre, frío y grietas en mi cuerpo.
D.Quijote, que escuchaba maravillado el relato de Venancio le responde:
– ¡Valientes sois hombres de las maderas! Creed que siento el haberos confundido con moros renegados, que como sabéis están siendo expulsados de la España cristiana. Habéis de entender que con tanto griterío, las lanzas en ristre y vuestros vestidos, es justo y cabal que pensara que de un ejército de moriscos se tratara. Y aunque no he tenido lucimiento en la aventura, luego que se me pasen los dolores y magullos, recordaré este encuentro como uno de los más importantes que este caballero ha tenido. Estad seguros que por donde vaya hablaré de vuestros viajes, de la dura vida que conlleva este oficio y, aún más os diré, que para no ser caballeros ni de estudios es de mérito vuestro trabajo y digno de mención cuando se escriba la historia de estas villas y ciudades, de sus iglesias y catedrales, nobles casas, galeras, bajeles y galeones que surcan todos los mares.
Entre esto y lo otro se acercaba el mediodía. D. Quijote observaba la destreza de estos hombres en el manejo del gancho y los enormes troncos. Sancho repone fuerzas al frescor de un avellano de los que allí abundaban, mientras Gonzalo volvía a sus diarios quehaceres.
Estando en esto, acercose Venancio a D. Quijote:
– D. Quijote, noble caballero, vamos a parar la madera antes de llegar al molino, que allí el cuidado nos exige pasar los palos de uno en uno, así que vamos a comer mientras se rejuntan las piezas. Nuestra mesa es humilde, de pie derecho y de cuchara a sartén, y la bota de vino sin parar de mover. «Que el español fino con todo bebe vino”. Son migas con cangrejo y lagarto, a buen seguro que en otras mesas con buenos manjares se habrá deleitado vuesa merced, pero como ya le dije antes, la vida del ganchero es dura aunque a todo se acomoda y al cabo, viene en gustarle.
Atiende una cosa Venancio, -dice D. Quijote- si estas maderas van a tan ricas haciendas tendréis buen pago.
-Mire vuesa merced, basta con decirle lo que reza una coplilla que cantan mis compañeros:
«Aranjuez de mi vida/larga rivera/lo que gano en el viaje/aquí se queda».
A menudo los dineros que nos dan los tenemos que gastar en medicinas y farmacia. Aun así, cada año volvemos a empezar.
-Vamos pues, -asiente D. Quijote-, que no seré yo quien ponga reparos a vuestra comida, que aunque humilde, le diré que de hambre a nadie vi morir y de mucho comer a cien mil.
Ansí comieron en las proximidades del molino y Sancho, con buen criterio ya que el remedio le hacía efecto, sólo tomo el caldo de hierbas, y con pena aún soñó con participar en el festín que a su juicio se estaban dando los demás.
Pasó la tarde con tranquilidad y D. Quijote viendo que Sancho iba mejorando, pensó en continuar el camino a la mañana siguiente y así se lo hizo saber.
– Señor, llevare conmigo una cantimplora con brebaje, pero no pasa de mañana, el comer como Dios manda. Así pues ya tengo hablado con Gonzalo el llevarnos provisiones para que en cuatro días no nos falte de nada, aunque no veamos ni un alma.
-Sea como dices, Sancho. Prepara las alforjas que salimos mañana con las primeras luces.
Mientas Sancho se andaba en el trajín de recoger y preparar, busca D. Quijote a Venancio, para comunicarle que tiene que continuar el viaje y despedirse de él como buen Caballero. Aunque sin apresuramiento, tiene fecha fija para llegar al sitio donde se celebran ciertos eventos entre Caballeros, en los que desea participar v compartir mesa y discurso con los de su igual. Solo cada cuatro años, se realizan estas juntas, viniendo Caballeros de muchos y lejanos países.
-Que aunque a ojos del profano pueda parecer que este oficio tiende a su fin, os diré buen amigo que en habiendo injusticias y atropellos, abusos y cobardías, siempre habrá un buen Caballero que se ponga de la parte del dañado y del afligido, del burlado y del perseguido.
-Buen viaje llevéis, mi señor D. Quijote, y cuando paséis por ricas haciendas, pensad por un momento que tal vez de estas maderas fueron hechas. ¡Id con Dios!
– ¡Quedad con Él, mi buen Venancio!
Pasaron la noche en agradable descanso; seguramente D. Quijote visitó en sueños a su dama Dulcinea y tímidamente la llenó de halagos y fantasías.
Gonzalo ya de mañana les tenía preparado el ato, con Rocinante y el rucio aparejados en la puerta cuando salieron D. Quijote y su fiel escudero Sancho.
-Amigo Gonzalo, -dijo D. Quijote con voz grave- dos días y dos noches hemos pasado en este bello lugar y ha querido el destino que nos encontrásemos con los valientes hombres de las maderas. He visto vuestro talante, y condición humana, buena gente la de esta Sierra, hospitalaria donde las haya. Nos despedimos como amigos, sin rango de Caballero, que hemos compartido todo como iguales que somos. Quedad con Dios y a la vuelta en unas semanas si seguimos esta ruta volveremos a encontrarnos.
Y así acaba este “nuevo capítulo” del Ingenioso Hidalgo, escrito con amor al libro, a su autor y a su tierra serrana por D. Cipriano Valiente.
Paco, como siempre, te superas dia a dia, gracias por llevar mi relato a infinidad de lectores en tu Bloc, y sobre todo gracias por este trato que me dispensas en tu entrada, que no es otro que el que mutuamente compartimos en el dia a dia, que como ya sabemos, «el que tiene un amigo, tiene un tesoro». Pues mi familia con vosotros participamos de esa riqueza, que es vuestra amistad. Besos Paco y Charo.
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