Ludwig von Mises (1881-1973), es el principal representante de la tercera generación de la Escuela Austriaca de Economía. Este texto está tomado de su libro BUROCRACIA, escrito poco tiempo después de su llegada a Estados Unidos huyendo del nazismo en 1944. En 1962 se hizo una nueva edición en la que analizaba algunas situaciones ya superadas, y mantenía que las características esenciales de los problemas descritos, seguían siendo las mismas: “El gran conflicto histórico entre individualismo y colectivismo divide a la humanidad en dos campos contrapuestos igual que hace 18 años”.
Juzgue si las circunstancias han cambiado en 2016.
El burócrata como elector
El burócrata no es solamente un empleado del Estado. Bajo una constitución democrática es al mismo tiempo un elector y, en cuanto tal, una parte del soberano (Estado), su empleador. Se encuentra en una posición singular: es a la vez empleador y empleado. De modo que su interés económico como empleado predomina sobre su interés como empleador puesto que recibe del erario público mucho más de lo que a él aporta.
Esta doble relación se hace más acusada cuando aumenta el personal en la nómina del Estado. En cuanto votante, el burócrata tiene más interés en conseguir un aumento sueldo que en mantener equilibrado el presupuesto. Su interés principal consiste en que se le suba el sueldo.
La estructura política de Alemania y de Francia en los últimos años que precedieron a la caída de sus constituciones democráticas, estuvo influida en gran medida por el hecho de que, para una parte considerable del electorado, el Estado constituía la fuente de sus ingresos. No se trataba solamente de las huestes de empleados públicos y los empleados en las empresas nacionalizadas (por ejemplo, los ferrocarriles, correos, telégrafos y teléfonos), sino también de los perceptores de subsidios de desempleo, de los beneficiarios de la seguridad social, así como de agricultores y de algunos otros grupos a los que, directa o indirectamente, subvencionaba el Estado. Su primordial afán consistía en conseguir más del erario público. No se preocupaban por lemas “ideales” como la libertad, la justicia, la supremacía del derecho y el buen gobierno. Pedían más dinero y eso era todo. Ningún candidato al Parlamento, a las cámaras provinciales o a los consejos municipales podía arriesgarse oponiéndose a las apetencias de los empleados públicos. Los distintos partidos políticos trataban de superarse entre sí en cuanto a munificencia.
En el siglo XIX, los parlamentos intentaban reducir los gastos públicos tanto como era posible. Pero ahora el ahorro se ha hecho despreciable. Gastar sin límites se considera una política acertada. Ahora, tanto el partido en el poder como la oposición se esfuerzan por ganar popularidad mediante la prodigalidad. Crear nuevos cargos con nuevos empleados se considera una política ‘positiva’, pero cualquier intento de impedir que se malgasten los fondos públicos se desacredita como ‘negativismo’,
La democracia representativa no puede subsistir cuando gran parte de los electores están en la nómina del Estado. Si los miembros del parlamento no se consideran ya mandatarios de los contribuyentes, sino diputados de quienes reciben salarios, jornales, subsidios, pensiones de desempleo y otros beneficios del erario, la democracia está muerta.
Esta es una de las antinomias inherentes a la actual situación constitucional. Ello ha hecho desesperar a muchos del futuro de la democracia. En la medida en que se convencen de que resulta inevitable la tendencia a una mayor interferencia del Estado en la vida económica, se dedican a multiplicar los cargos oficiales y los empleados, a aumentar las pensiones y los subsidios, no pueden menos que perder la confianza en el gobierno por parte del pueblo.
Ludwig von Mises
Comentario final.- En este malhadado invento de las autonomías, los burócratas se han multiplicado hasta extremos inverosímiles. Ello nos ha llevado a una paralización creciente de cualquier actividad que requiera autorización por parte de la Administración. Cada burócrata, para proteger su trabajo, tiene que hacer notar su presencia, y lo lleva a cabo poniendo obstáculos sin cuento, solicitando, en muchas ocasiones, el cumplimiento de requisitos no previstos en la legislación. Siempre he creído debido a mi simpleza, que la misión principal del burócrata es la de ayudar y facilitar la actividad de cualquier administrado, sea persona privada o empresario. Pero sin negar que son muchos los que cumplen con esa función de ayuda de forma diligente, también constato que cada día son más aquellos que consideran al ciudadano como un súbdito y una molestia. Hay una enorme falta de formación y profesionalidad debida en gran parte al afán de los políticos de “colocar a los suyos”. Y así nos luce el pelo.
Tomo prestada esta viñeta del genial Forges para terminar esta entrada con buen humor. Que no nos falte humor y resignación para sobrellevar esta costosa plaga.