EL CEMENTERIO DE SAN BLAS
Allá por el año 1956 era alumno del nuevo Instituto “Jorge Juan” situado en el Monte Tossal, en lo alto de la escalinata que arranca al final de Paseo del General Marvá. Desde los ventanales de las aulas posteriores se divisaba el Cementerio de San Blas, con hermosos monumentos funerarios aunque en un estado lamentable de abandono. La curiosidad y la inconsciencia nos incitaban a entrar en el abandonado recinto para curiosear. Un día, por falta de unos profesores nos dieron suelta antes de lo normal y allá que nos dirigimos. Dado el estado de abandono no fue difícil entrar. Nichos y panteones abiertos, ataúdes tirados por todas partes, y cajas con restos depositadas en el suelo… El macabro espectáculo de los cadáveres de muchos años, que, en contra de lo que se creíamos no eran únicamente huesos mondos: restos harapientos de los ropajes y uniformes con que fueron amortajados, pieles momificadas, en muchos rostros barbas hirsutas, melenas y uñas inusualmente crecidas y rostros con las cuencas de los ojos vacías que parecían mirar desde el más allá y daban pavor. La impresión fue tan fuerte que algunos “expedicionarios”, estuvimos aquejados durante mucho tiempo de terrores nocturnos. Fue una dura lección: hay que respetar los restos de aquellos que ya descansan eternamente.
El recuerdo de aquella aventura me ha llevado a contar la historia de aquel camposanto con un repaso de los que han existido en Alicante, o al menos de los que he encontrado noticias
En Alicante, en los S. XVI y XVII, los enterramiento se llevaban a cabo en los templos de la ciudad que disponían de lugar para ello, en general, recintos unidos por medio de arcadas. Así en la primera iglesia de la ciudad de la época, Santa María y el antiguo templo de San Nicolás.
En el S.XVIII ya construida la nueva Colegiata de San Nicolás se habilitaron sus claustros para enterramientos de sus feligreses en general y un recinto para panteones con suntuosas lápidas en las que los nobles grababan las armas de sus apellidos. Todavía en la actualidad, en el suelo, se pueden apreciar algunas de mármol blanco que ostentan artísticos relieves.
Por un documento de 1742 de la parroquia de Sta. María, sabemos que en aquel año se cambió de lugar la pila bautismal y la antigua capilla de catecúmenos, se convirtió en depósito de cadáveres donde se velaban aquellos que iban a recibir sepultura en el propio templo.
Tanto por ese, como por otro de la parroquia de San Nicolás, sabemos que en el año 1723 se extrajeron de las fosas de uno y otro muchos restos de cadáveres, y por acuerdo del Ayuntamiento fueron depositados en una zanja abierta en el Hospital del Rey, de carácter militar que se encontraba en el entonces suburbio de San Antón.
Avanzado el S.XVIII repetidas disposiciones civiles ordenaron que los cementerios se construyeran fuera de la población en sitios adecuadamente aislados y abiertos.
A partir de entonces los cadáveres de todos los fieles deberían enterrarse en cementerios abiertos exceptuando los de arzobispos y obispos que lo harían en sus respectivas catedrales. Y ello, porque empezó a considerarse perjudicial a la salud pública el enterramiento masivo de cadáveres en los templos situados en los centros de las ciudades.
Fue entonces cuando el clero de la colegiata de San Nicolás solicitó un permiso al Ayuntamiento para construir un primer cementerio abierto, al oeste del monte Benacantil, a espaldas de la Casa de Misericordia y Obispado, luego transformada en fábrica de tabacos hasta época muy reciente. En 1798 se amplió considerablemente. No obstante se siguió dando sepultura en los templos alicantinos a las familias que poseían panteones propios, hasta las disposiciones de Carlos IV, quien mandó construir cementerios comunes fuera de los núcleos de población.
La descripción de aquel cementerio la ha dejado el que fue Deán de la colegiata de San Nicolás en el año 1795, según una página del libro de visitas correspondiente a aquellos años. Son unos párrafos que lo describen de forma piadosa y muy poética.
Históricamente existían en nuestra ciudad otros lugares donde se efectuaron inhumaciones de las personas fallecidas que no pertenecían a la religión católica, como marineros de buques que arribaban a nuestro puerto o ciudadanos pertenecientes a la colonia extranjera por razón de negocios, siempre abundante en nuestra ciudad.
Los ingleses eran enterrados en el lugar que se conocía como Huerto de Seguí, que estaba situado en la desaparecida fábrica de gas ciudad que se encontraba al final del parque de Canalejas más o menos en la zona que ocupa en la actualidad la plaza de Galicia y zona aledaña. En los alrededores existió una factoría de salazones y un pequeño puerto, “El mollet dels anglesos”.
Por los negocios familiares he llegado a conocer, en los primeros años 50 del S.XX, una importante empresa inglesa importadora de bacalao situada en esa misma zona, la casa “Hawes & Co.” cuyo director, por su indumentaria, parecía extraído de una novela de Dickens. Se hallaba situada en la parte más próxima al mar de la actual calle de Churruca y supongo que pudo ser continuadora de la existente anteriormente. En esa misma calle, pero más cerca de la actual Avda. de Maisonnave se encontraban los almacenes de salazones y conservas de Martínez y Ródenas y los de Lloret y Llinares. Probablemente la concentración en la zona de ese tipo de negocios tenga su origen el pequeño muelle y factoría existentes desde finales del S.XVII.
Los protestantes extranjeros no ingleses, eran enterrados en el arrabal Roig, a orillas del mar, junto al llamado “Pou del Drac”, situado más o menos en la actual calle Jovellanos. También se enterraban en la antigua Plaza de las Barcas, en la actualidad Gabriel Miró, en el lugar que ocupó después un cuartel de infantería. En los mismos lugares fueron enterrados los militares y marinos franceses e ingleses muertos durante el asedio y bombardeo que sufrió Alicante por los primeros en 1691 al mando del Almirante Etrees y en el asalto y toma de la ciudad por los segundos en 1706 al mando de Lord Peterborough, durante la Guerra de Sucesión[1].
En ambos lugares al emprenderse obras de alcantarillado y de nueva construcción, se encontraron gran cantidad de restos humanos. También se han encontrado restos humanos en gran cantidad en la partida de Los Angeles. Se cree que pertenecían a los fallecidos en la terrible epidemia que diezmó la población alicantina en 1559[2]. Se declaró la peste negra con tanta virulencia que la población quedó reducida hasta tal punto, que al terminar fue indispensable una nueva repoblación. Posteriormente, en 1680 se declaró de nuevo la peste que volvió a diezmar la población.
Al efectuarse las obras de alcantarillado en la calle de Montengón, en 1922, se encontraron restos humanos de los inhumados en el huerto del hospital de San Juan de Dios que existió en dicha calle hasta 1844; lo mismo ha acontecido al hacerse excavaciones en la plaza de Quijano y en la de Hernán Cortés (Plaza Nueva), sitios que ocupaban los monasterios de San Agustín y de los Padres Franciscanos, respectivamente.
A finales del siglo XX, han aparecido restos humanos en la fachada este de la Plaza de Chapí, donde estuvo situado el huerto del convento de clausura existente en la calle Bailén, al parecer, adosado a las antiguas murallas de la ciudad.
En cumplimiento de las ya citadas órdenes de Carlos IV mandando construir un cementerio común y de capacidad suficiente para toda la ciudad, el ayuntamiento depositó su confianza en el Cabildo de la Colegiata de San Nicolás para este cometido. Estos, a partir del año 1798 acometieron la tarea, al parecer sin gran premura.
En 1804, una nueva epidemia, esta vez de fiebre amarilla, atacó a la población lo que provocó la suspensión radical de enterramientos de ningún tipo en las iglesias ni en los pequeños cementerios anteriores. Para el nuevo cementerio se adquirió un terreno propiedad del Conde de Soto Ameno situado en la partida de San Blas, frente a la ermita de su nombre en el llano que hay detrás del Monte Tossal, que entonces distaba un kilómetro de la ciudad. Era una amplia llanura quebrada por un barranco ya desaparecido y salpicada de huertos regados por dos fuentes existentes la del Bayle y la Fuensanta, hace tiempo extinguidas. En aquel privilegiado lugar, había creado la sensibilidad del citado marqués un frondoso y pintoresco jardín botánico.
A tan bello lugar se le dio el nombre de San Blas. La escritura de compraventa de los terrenos fue firmada el día 10 de enero de 1803, pagándose por ellos 10.500 pesetas. De forma inmediata se deslindaron los terrenos y se hicieron los planos que fueron aprobados de inmediato por el cabildo. En febrero de 1804 dieron comienzo las obras de las cercas y una modesta vivienda para el sepulturero. Se hizo entrega de la obra en 1806, aunque el 14 de julio de 1805, dada la necesidad de las instalaciones, se bendijo de forma solemne y se permitieron los enterramientos. La superficie era en aquel momento de unos 8.700 metros cuadrados. Carecía la necrópolis de capilla en aquellos momentos.
En 1852 gracias a la generosidad de Dña. María del Rosario Bízmanos cuyo esposo estaba allí enterrado, se edificó una pequeña capilla de estilo renacentista en el centro de la fachada occidental, junto al camino que conducía a la necrópolis. Estaba dotada de depósito de cadáveres y sótanos profundos y espaciosos utilizados para sepultura de eclesiásticos.
En el curso de su relativamente breve vida, el cementerio de San Blas experimentó tres ampliaciones, en 1876, 1889 y 1918, con diversas vicisitudes cuyo relato haría este relato excesivamente prolijo y extenso. Baste decir que en los tres casos se llevaron a cabo por las mortandades producidas por diversas epidemias y por el crecimiento de la población.
A partir de 1868 se produjo un abandono paulatino de las instalaciones: el paso de la guerra civil 1936/39, el pillaje y el continuo traslado de restos al nuevo cementerio municipal, dejando las tumbas y nichos abiertos, provocó el deterioro de las mismas hasta el extremo de considerarse irrecuperable.
En 1959 se decidió su demolición. El prelado de la diócesis decretó la execración del lugar para que se procediera a la monda y limpia de los terrenos con el debido respeto a los restos allí depositados. Se formó una Comisión Mixta Ayuntamiento-Cabildo presidida por el Sr. Alcalde, que si mal no recuerdo era D. Agatángelo Soler. Se dio a los familiares de los allí enterrados plazo y facilidades para el traslado al cementerio municipal de los restos de sus difuntos, así como para poder retirar los panteones, sarcófagos, mausoleos y lápidas de los que fueran propietarios, entre los que habían obras de gran mérito artístico.
Para los restos no trasladados se construyó una cripta en el lugar en que posteriormente se edificó la Iglesia Parroquial para el barrio, donde fueran depositados. La demolición del camposanto fue, sin duda, un gran incentivo para el desarrollo y mejora urbanística de esta populosa zona.
Como complemento a continuación reseño algunos personajes enterrados en este camposanto de algunos de los cuales, pretendo dar posteriormente breves referencias biográficas que nos ayuden a conocer mejor a personas destacados de nuestra ciudad. Muchos de ellos, totalmente desconocidos para la mayoría de nosotros dan nombre a diversas calles en la ciudad.
Excmo. Sr. D. Manuel Soler de Bargas, Conde de Soto Ameno, primer alcalde constitucional de Alicante en 1812; Excmo. Sr. D. Juan Roca de Togores, Conde de Pino Hermoso, Brigadier del ejército, Grande de España; Excmo. Sr. D. José Rojas y Pérez de Sarrió, Conde de Casa Rojas, destacado en la guerra contra Napoleón; Excmo. Sr. D. Salvador Lacy Pascual de Bonanza, Marqués de Lacy y Caballero de Orden de Malta; Excmo. Sr. D. Félix Berenguer de Marquina, Teniente General de la Armada y Virrey de Méjico; Excmo. Sr. D. Miguel de Elizaicin y España, General de Brigada de Caballería y Académico de la Historia; D. Juan Vila y Blanco, cronista de la provincia de Alicante; D. Aureliano Ibarra Manzoni, escritor, historiador y eminente arqueólogo; D. Emilio Senante Llaudés, Catedrático y director del Instituto de E. Media; D. Nicasio Camilo Jover, historiador y poeta; D. Enrique Ferré Vidiella, catedrático y periodista. Fundador del “El Noticiero”, diario alicantino; Dr. D. Juan Bergez, director del hospital de beneficencia, murió contagiado por los apestados que atendía en el Hospital de S. Juan de Dios; Dr. D. Evaristo Manero Mollá, impulso la lucha contra la lepra en la zona de la Marina; D. Rafael Campos Vassallo, poeta; D. Carmelo Calvo Rodríguez, poeta; D. Miguel Crevea, músico; D. Luis Foglietti Alberola, músico; D. Miguel Soler, artista lírico; D. Prospero Lafarga, autor del proyecto del ferrocarril Alicante Alcoy e ingeniero del puerto; D. José Guardiola Picó, arquitecto Plaza de Toros, campanario de S. Nicolás, antigua iglesia de Ntra. Sra. De Gracia. Miembro de la sociedad “Los diez amigos”; D. Emilio Jover, arquitecto del T. Principal; Don Lorenzo Casanova, pintor; D. Lorenzo Pericas, pintor; D. Antonio Galdó Chápuli, decano de los periodistas alicantinos; D. Eleuterio Maisonnave Cutayar[3], alcalde de Alicante en 1840 y Ministro en la Primera República; D. Rafael Terol Maluenda, alcalde de Alicante y presidente de la Diputación; D. José Gadea Pro, Concejal y Alcalde en diversos periodos; D. Francisco Pérez Medina, miembro de la sociedad “Los diez amigos” que diseñaron y crearon el Barrio de Benalúa[4].
Termino aquí este trabajo, cuya extensión ha sido quizás excesiva, pero intento dar a conocer hechos y personajes de la historia alicantina injustamente olvidados[5].
Termino cediendo a la tentación de reproducir los versos que figuraban sobre una tumba:
Un Padrenuestro por mí
Que reces te pido, hermano,
Pues sea tarde o temprano
Tienes que venir aquí
Lo que tú eres yo fui
Lo que yo soy tú serás,
Y entonces te alegrarás
De lo que recen por ti
[1] En otra entrada trataré de dar más noticias sobre estos acontecimientos.
[2] Según las crónicas parece que hubo allí un lazareto.
[3] Fue objeto de una entrada anterior en este blog.
[4] Pretendo dar en otra entrada una mínima historia de la magnífica labor de este grupo y de su magnífica creación.
[5] He obtenido la información para este trabajo de la Crónica de Viravens; de la Reseña Histórica de la Ciudad de Alicante de Nicasio Camilo Jover; de la obra del Padre Gonzalo Vidal Tur sobre el mismo tema; de la Historia de la Ciudad de Alicante editada por el Ayuntamiento en 1990 y de notas y artículos de diversas fuentes, recopilados a lo largo de los años.
Buen trabajo. Interesante, curioso y ameno.
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