HISTORIAS DE LA SEGUNDA REPUBLICA

  

D MANUEL AZAÑA

 

 LA REPÚBLICA TUVO QUE DECLARAR EL ESTADO DE GUERRA AL MES.

 El titulo de una obra de Shakespeare es  “A buen fin no hay mal principio”. Parafraseando podíamos tornarla en esta otra forma: “A mal fin no hay buen principio” o también, “Tragicomedia de la Segunda República Española”. O «Lo que mal empieza, mal acaba».

El mismo día 14 de abril en que se proclamó la República tras una dudosa victoria de los partidos que la apoyaban en las elecciones municipales, cuando ni tan siquiera se habían escrutado la totalidad de los votos, ya se produjeron actos de asalto a centros de los partidos de derecha en Barcelona, Madrid y otros lugares así como a los domicilios del General Mola y Cambó.

En contra una opinión muy extendida de forma interesada, la República llegó de manos de políticos derechistas y, en lo que tuvo de pacífica, por la monarquía. Fueron los conservadores Alcalá Zamora y Maura quienes recogieron las dispersas fuerza republicanas, les dieron impulso y orientación, y las arrastraron audazmente a ocupar el poder el 14 de abril. En otra entrada, daré más detalles de los sucesos de aquel día.

El primer conflicto para el nuevo gobierno fue la ruptura del pacto de San Sebastián por el Sr. Maciá. Se había arrogado el papel de Jefe de Estado y nombraba autoridades provinciales y locales en Cataluña (La “pasión de catalanes” como se puede ver, no es cosa solo de hoy). La cuestión se repitió durante el golpe de Estado contra la República de las fuerzas de izquierda en 1934. Pero entonces otros políticos con mas redaños, publicó en el BOE un Decreto declarándolo fuera de la Ley y en pocas horas, la Guardia Civil, acabó con el fantasmagórico «Estat Catalá».  Otro problema surgió de las demandas del País Vasco. Como se puede ver, las cosas después de tantos años han cambiado muy poco.

El día nueve de mayo los arzobispos emitieron una carta colectiva en la que recomendaban a los católicos que acataran la República.

Pero a partir de ese mismo día empieza el descontrol y la pasividad de los gobernantes, señaladamente del Sr. Azaña, ese que en sus memorias echa la culpa a todo el mundo de lo que vino después sin la menor autocrítica a su  propia actuación. La colección de artículos que escribió para la prensa inglesa y que fueron luego publicados en un pequeño libro con el titulo «Causas de la guerra de España», es un monumento al cinismo político e histórico.

Tras los sucesos acaecidos ese día en la puerta del ABC, en que la Guardia Civil tuvo que actuar con dureza para evitar el asalto al edificio por una masa descontrolada, hubo una reunión urgente en el Ministerio de la Gobernación, entonces en la Puerta del Sol, cuyos acuerdos fueron leídos a la masa desde el balcón. La multitud estaba apaleando a algunos individuos a los que tachaba de derechistas, y a uno caído en el suelo, se acercó un individuo y le descerrajó un tiro retirándose a continuación tranquilamente. Como puede verse, todo muy pacífico y democrático.

A la mañana siguiente se reunían los ministros en Presidencia y les llegaban las noticias de que grupos de exaltados estaban incendiando el convento jesuita de la calle de la Flor. Allí se quemó la primera obra de arte importante que desapareció a manos de aquellos “defensores de la cultura»: el magnífico retrato que Claudio Coello había hecho de San Ignacio de Loyola.

A continuación, se descontroló completamente la situación. Cada cuarto de hora se producía un nuevo incendio. D. Indalecio Prieto que se había desplazado a ver los hechos, volvió indignado: “He visto a […] las bandas de golfos que están quemando los conventos […] y digo que es una vergüenza que se paseen por Madrid impunemente […] hay que acabar con eso en el acto” Azaña, hizo su famosa frase “Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano” y ante las medidas que proponía Maura para reconducir la situación añadió “He dicho que me opongo a ello decididamente y no continuaré un minuto en el gobierno si hay un solo herido en Madrid por esa estupidez”.

Maura (Ministro de la Gobernación) dimitió y cuenta que al marcharse: “Vi llegar a unos 20 ó 30 mozalbetes descamisados que reclamaban que se les abriera la cancela para que una comisión entrara a hablar con el Gobierno. La comisión subió y apareció en la puerta del salón de Consejos, en mangas de camisa, despechugado, un individuo acompañado de otros dos. Marcelino Domingo fue hacia él y tendiéndole las manos exclamó “¡Amigo Rada”. Pablo Rada, mecánico aeronáutico, compañero de Ramón Franco en la odisea del Plus Ultra, era uno de los jefes de los incendiarios». De esta forma empezó la situación que iba a marcar el talante y, en definitiva, a mayor o menor plazo el destino de un régimen que empezaba de esa manera.

La misma situación se estaba produciendo en otras zonas de España. El gobernador militar de Málaga, General Gómez Caminero, de Izquierda Republicana envió un telegrama al Ministerio con el siguiente texto: “Hoy han comenzado los incendios de iglesias. Mañana continuarán y tomo las medidas para que no se moleste a los incendiarios”.

Esto no es más que un ejemplo de la forma democrática y pacífica de empezar su andadura la segunda República, tan añorada por algunos y que con esos comienzos no tuvo más remedio que acabar como acabó.

A modo de resumen, transcribo datos tomados del libro “Los personajes de la república vistos por ellos mismos”, construido en base a discursos, artículos de prensa, declaraciones a medios de comunicación y sobre todo a las memorias publicadas posteriormente por todos los políticos y personajes públicos de época.

Ardieron en ese mes unas 100 iglesias y centros de enseñanza. La Escuela de Artes y Oficios de la calle Areneros, donde innumerables jóvenes humildes habían obtenido y seguían cursando estudios de Perito Industrial.

El colegio de los Padres de la Doctrina Cristiana de Cuatro Caminos, donde recibían enseñanza gratuita miles de niños de aquel barrio obrero.

La biblioteca de los Jesuitas de la calle de la Flor, la segunda de España por el volumen y la calidad de sus fondos, más de 80.000 libros. Ediciones príncipe de Lope de Vega, Quevedo y Calderón de la Barca, innumerables incunables y trabajos de antropología y lingüística llevados a cabo por los jesuitas en Sudamérica.

En el Instituto Católico de Artes e Industrias fueron pasto de las llamas más de 20.000 volúmenes y obras únicas en España. Se destruyó el archivo completo del historiador y paleógrafo García Villada, con varias decenas de miles de fichas de material de sus investigaciones y miles de fotografías de códices antiguos de todos los archivos y bibliotecas del mundo.

En todos los actos vandálicos que se llevaron a cabo, se destruyeron gran cantidad de obras de Zurbarán, Valdés leal, Pacheco (maestro de Velázquez), Van Dick, Coello, Mena Montañés, Alonso Cano, Salzillo y un largo etcétera.

Se destruyeron también artesonados, sillerías de coros, portadas y fachadas de gran antigüedad y belleza artística.

A pesar de la estúpida frase pronunciada por el Sr. Azaña, al comienzo del desmadre, insisto, el mismo que en sus escritos después de la tragedia le echa la culpa a todo el mundo menos a sí mismo, no tuvieron más remedio que declarar el Estado de Guerra cuando la catástrofe cultural era mayúscula. A pesar de ello, tienen el cinismo de proclamar, todavía ahora, que son los protectores de la CULTURA, así, con mayúsculas.

Ya les contaré otro día, tomado de las memorias de D. Manuel Azaña, la verdadera historia del salvamento de las obras del Museo del Prado.

Como se dice en los seriales: CONTINUARÁ, porque hay mucho que escribir y mucha mentira que desmontar sobre aquel supuestamente seráfico periodo.

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