Después de realizar diversas gestiones y compras en la ciudad y una larga visita a la bellísima Catedral, nos dirigimos hacia un mesón del que nos habían dado buenas referencias. En la puerta, carteles de recomendación por organismos turísticos.
Está situado en la parte baja del casco histórico, muy cerca del río Huécar. La decoración es sencilla. El local es alargado, no muy ancho. En el lado izquierdo, la mitad del local está ocupado por la barra y a la derecha las mesas con que cuenta el establecimiento.
La carta está dedicada a la cocina regional de forma preferente. Las raciones son tan abundantes que normalmente hay que pedir una para, al menos, dos personas.
Como son días de mucho calor, no nos atrevimos a comidas demasiado fuertes, como el codillo de cerdo al horno, una de las referencias de la casa. Pedimos unas verduras a la plancha y rabo de toro. Ambas raciones fueron tan abundantes que no pudimos los dos comensales acabar con ninguna de ellas. Muy bien cocinadas y condimentadas ambas. La relación precio calidad, muy buena. Nada más sentarnos a la mesa una cerveza en una jarra helada y una copa de verdejo frio de una bodega que no conocía, exquisito. Como cortesía cuatro piezas de pescado (creo que bacalao) rebozado muy bueno. Luego con los platos principales, otra jarra de cerveza igual y una copa de crianza de Ribera del Duero, francamente bueno. No hubo sitio para el postre. El importe total, 35,50 euros.
Solamente un pero: el comedor presidido por un televisor de ruido de fondo (da lo mismo que sean “40 principales”, MTV, las noticias o el fútbol) con un volumen bastante alto y molesto. Cuando hay un acontecimiento extraordinario, vale; pero entonces ya lo sabes y no vas a ese local. Pero a diario y a todas horas…
Prefiero que no estén juntas la barra y las mesas del comedor, pero los locales son lo que son. Seguro que los dueños desearían otra configuración. Si además, preside la TV, al ruido de ésta, se añaden las conversaciones y bromas en voz más alta de lo normal de las personas de la barra, que están en su perfecto derecho, pero el ruido de conjunto es todavía más molesto.
El momento de la comida debe tener un espacio para la conversación y el disfrute tranquilo del arte del cocinero, que en esas condiciones es imposible. ¿Será que cada vez la gente tiene menos cosas que decirse? ¿Es el ruido de fondo la excusa para la incomunicación? ¿Será consecuencia de la digitalización de la vida? Lo que no hay duda es que hemos llegado a la alienación de que hablaba D. José Ortega y Gasset.
Recuerdo una escena de una película, creo que de mi admirado Cary Grant, en que están los dos protagonistas comiendo en un pequeño bistrot en animada charla y unos personajes junto a la barra que los observan, mantienen el siguiente diálogo:
–No deben ser matrimonio.
–¿Qué te hace pensar eso?
–Que un matrimonio son dos personas que no tienen nada que decirse.
Por fortuna, no es nuestro caso, pero miren, miren a su alrededor…
Es por eso que no suelo volver a los sitios presididos por una TV siempre en marcha y aunque haga una reseña, no los recomiendo.